viernes, 2 de julio de 2010

Buenos Aires 3. San Telmo en blanco y negro, la tragedia nacional, y más reencuentros.

En un viaje de este tipo, los lugares a visitar que uno proyectó en un principio, pero sobretodo la estadía que se prevé “necesitar” para visitar cada lugar, varía tanto, o más aún, que los empleados de un McDonalds.

En mi situación, y a pesar de las numerosas semanas de retraso que llevo con este blog, cinco meses después de haber aterrizado en Argentina (y a pesar de haber visitado ya Chile y Paraguay), aún sigo en este país que tanto me atrapó y en el que me he visto “obligado “ a visitarlo prácticamente en su totalidad.

Argentina me parece fascinante, sorpresivo, delicioso; en suma, altamente recomendable. Son tantos lugares, tantos rincones, tantas gentes, tantos contrastes… En verdad me costaría mucho resumir lo que he vivido en este inmenso país, tratar de plasmar tantas sensaciones a modo de síntesis, pero puedo asegurar que he aprendido, y aún sigo aprendiendo, muchísimo más de lo que pensaba y sintiendo una cantidad de emociones que me han unido dulcemente a esta patria argenta que no me permite “escapar” de ella.

Sin embargo, hemos de volver atrás, a mi segunda visita a Buenos Aires.

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Rosario - Buenos Aires - 400 kms (Total: 20.580 kms)



Como mencioné al final de la entrada anterior, poco después de llegar a la Rosario que recién dejaba atrás, me enteré de que otro gran amigo de Barcelona, Leandro, venía un par de semanas a recuperar su esencia porteña aprovechando el setenta cumpleaños de su viejo. Yo estaba a tan solo cuatrocientos kilómetros, así que: ¿qué me impedía regresar al Buenos Aires que tantísimo me gustó en la primera parada del viaje? Obviamente nada.

En este regreso decidí hospedarme en un hostel del mítico San Telmo, en parte para no molestar más a Douglas, quien me “acogió en su regazo” nada más llegar, y en parte para captar en todo lo que pudiese la energía de este histórico barrio .

Si bien después de estas dos semanas conviviendo con sus gentes puedo decir que adoro San Telmo, hasta el punto de estar convencido de que si alguna vez viviese en Buenos Aires mi hipotético hogar no podría estar en otro sitio, también es cierto que las fotografías que capté, en una especie de mini reportaje en blanco y negro, algo pueden transmitir al lector la belleza de este encantador rincón porteño.



Una de las visitas que pude hacer fue al “Museo de la Ciudad”, ubicado en el interior de un edificio de “art noveu” francés, aunque colindante con otro de estilo neo-clásico italiano:




En su interior se pueden apreciar objetos, muebles, decoración y arquitectura de la época de finales del siglo XIX, y de cómo era el estilo de vida de sus gentes más pudientes. Ya incluso en la arquitectura y en las relaciones sociales, se aprecia como en aquella época se asentaba el enorme influjo en Buenos Aires de la cultura europea que hoy se plasma visiblemente por todos lados.

En mis paseos por San Telmo (puedo afirmar que fueron muchos, casi cada día), se pueden atrapar mil estampas distintas, como la de los niños que aprovechan las calles con menor tránsito para mostrar su constante aprendizaje en la pasión nacional,



la sencillez de cualquier instante en la actividad de sus empedradas calles,



la búsqueda de calor solar para convertir la lectura en un doble placer,



esquinas con bares tan carismáticos como El Federal, justo al lado de mi hostel -de nombre bien reconocible y no menos carismático: Carlos Gardel-,


iglesias históricas, especialmente por los agujeros de bala incrustados en lo alto de sus torres tras las distintas guerras que fueron conformando la independencia y "consolidación" del país en el siglo XIX,


u obervar el paso de los lugareños a la salida del mercado ubicado en el centro del barrio.


Sin embargo, no todo es blanco o negro, también San Telmo muestra todo su color al visitante que se deja asombrar con otros tantísimas escenas que provocan, desde irremediables sonrisas,




hasta admiración por el arte callejero:







En este último mural se rinde homenaje a Rodolfo Walsh, periodista, escritor y traductor libertario y revolucionario que luchó contra la dictadura y hoy es uno más de los desaparecidos.


Y esta otra inscripción, en la misma vereda del centro del barrio, se recuerda a desaparecidos de San Telmo durante la dictadura:



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Y así fueron pasando los días, entre miles de mates y milanesas a la napolitana, hasta que Leandro pudo “cumplir” con su familia y venir a visitarme al centro.

Al contrario que con otros de los innumerables reencuentros del viaje, la efusividad del momento no fue tan visible, aunque supongo que estuvo condicionado porque nos hacemos los duros cuando en verdad no lo somos. Ahora me río yo solo al recordarlo. Con lo contentos que estábamos...

Igualmente, los siguientes días íbamos a tener unas cuantas oportunidades de pasar largas horas en la noche porteña y dar rienda suelta a todas las exaltaciones de la amistad que la ocasión merecía.

Con Leandro volví a pasar por Plaza de Mayo, siendo de noche cuando más “Rosada” se ve “La Casa”.



Y ese día también fuimos a dar una vuelta por uno de los barrios más re-chetos (ultra-pijo) de Buenos Aires, Puerto Madero:



En esos días, la cercanía de San Telmo con la Plaza de Mayo convirtió en imposible cualquier excusa de no volver a visitarla con la luz diurna.

Allí continué con mi particular reportaje, inmortalizando la Catedral con los restos del sempiterno libertador San Martín,


el histórico Cabildo,



y como no, la misma plaza con la Casa ¿Rosada? al fondo.




Incluso en los árboles del centro más céntrico de Buenos Aires las palomas observan el descanso de los “sin techo” que justo en esta época del año, ya pleno invierno, tanta ayuda externa necesitan para no terminar sus vidas congelados en cualquier esquina de la noche porteña.



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En mi nueva visita a la capital, no solo con Leandro iba a existir el único reencuentro. Como mencioné en la entrada anterior, Noemí nos había ido a visitar a Rosario haciendo una breve desconexión de su estancia en casa de su pareja, Chelo.

A Chelo y Noemí, con quien pasé tantas cenas y tantas noches en Barcelona, hacía bastante que no los veía, y este viaje también ha posibilitado no solo el volver a vernos sino también el compartir muchos momentos más que, entre múltiples risas y roturas de páginas del Clarín, han reforzado bastante la amistad que ya traíamos desde Catalunya.

Como Leandro no solo compartió con ellos noches y cenas, sino también casa, los motivos para volver a vernos tod@s junt@s y agarrarnos múltpiles jodas, estaban más que justificados.




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Como bien se sabe, esos días la pasión estaba desatada en cada esquina del país ante la presencia de la selección nacional en el mundial de fútbol. Si bien los equipos con los que se enfrentó en un principio no eran del nivel de las grandes selecciones, Argentina había superado casi sin problemas todos los encuentros incluso generando goleadas que habían quintuplicado la ilusión desorbitada del país ante la posibilidad de que su seleccionado llegase a la final, sobra decir que la exaltación llegaba a tal punto que para muchos la final también estaba ya ganada…

Sin embargo, llegaron los octavos de final contra la siempre efectiva Alemania. Junto al mismísimo Obelisco se ubicó una pantalla gigante, de tremendas dimensiones, que tapaba la práctica totalidad de un edificio colindante. Hasta allí me desplacé con Chelo y Noemí para apreciar no solo el partido, sino también la pasión con la que este deporte se inserta en el subconsciente colectivo de todo un país para ser capaz de unir hinchadas que se odian a muerte generando la ilusión y la esperanza que la política hace mucho que les quitó (al final no es tan distinto de España, ¿verdad?...).

En este video se puede obervar el único gol del partido que marcó Argentina, triste y legalmente anulado. Sin embargo, este turista logró filmar ese único grito de ¡gol! en todo el encuentro, a pesar del casi inmediato estupor por la nulidad del mismo y que llevó la rabia al aficionado.








Sin embargo, esa rabia se fue convirtiendo en negativo asombro, en infeliz perplejidad, en desilusión creciente, y, por último, en descomunal impotencia. Un poco de esta forma fue la sucesión de emociones a cada gol de los cuatro que marcó Alemania, apeando así, casi destructivamente, a la Argentina del mundial.



La tragedia nacional se estaba comenzando a mascar en cada dentadura.



Las lágrimas de las más desesperadas solo reflejaban la tristeza y decepción que iban a percibirse en los siguientes días…




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Una mención aparte merece un personaje que me presentó Leandro como uno de sus mejores amigos de la infancia. El "Huevo" (aún ignoro su nombre), artista, padre de dos niñas y vividor constante, muestra, desde el primer momento, una energía verbal en continua ebullición que denota (aunque quizás él preferiría "detona") una necesidad de transmitir que no entiende de descansos.

Su relación con Leandro es de una confianza extrema, y como buenos argentinos, la aprovechan para cagarse a pedos continuamente. Yo, sin pedir permiso, me inserté con descaro en su onda y, sin que apenas nos diésemos cuenta, tardamos poquitísimo tiempo en tratarnos como si fuéramos amigos de hace tiempo.

En una de las múltiples salidas nocturnas en que fuimos a una fiesta semi-privada en una casa enorme -¡fiestón!-, recuerdo entre risas como cuando nos preguntaban hacía cuanto que nos conocíamos, nosotros nos mirábamos a la cara con gesto de "no te aguanto más" y, para seguir con las continuas bromas, afirmábamos casi al unísono,

- Deamasiado. Tres días eternos.

Huevo, te agarré aprecio (a ti paso de decirte que te "cogí aprecio"). Espero que algún día continuemos la joda...


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Mientras tanto, en el resto del planeta fútbol seguía el mundial. España mantenía su buen juego y seguía superando las eliminatorias con algo de sufrimiento, pero demostrando ser mejor equipo que con los que se enfrentaba.

El culmen llegó cuando nos enfrentamos a los alemanes que acababan de eliminar a los argentinos (si nos hubiéramos enfrentado con la albiceleste no tengo idea de donde me habría metido, pero probablemente fuera del país).

Ese partido se jugó el último día de mi segunda estancia en Buenos Aires, y hasta allí, hasta el Bar La Coruña, bajo el mercado de San Telmo, donde su dueña tan bien me trató las múltiples veces que allí comí y bebí, traté de convocar a todo los que pude.

Hasta el punto de encuentro se acercaron Douglas, Chelo, Noemí, Xalvador (un vasco afincado en Buenos Aires hace quince años, y con quien, tanto cuando lo conocí en febrero como ahora, compartimos boliches (pubs) nocturnos que me permitieron conocer el San Telmo que surge tras la puesta de sol y que a veces no descansa hasta horas después de que éste haya vuelto a salir)...; aunque la sorpresa de verdad me la dio Jazmín. Aunque ya nos habíamos vuelto a ver unos días atrás para compartir una tarde hermosa, y contarnos como nos va al tiempo que recordar entre sonrisas lo compartido en El Bolsón, cual fue mi asombro cuando apareció por allí para ver el partido junto a nosotros y posibilitar una segunda despedida.


Atrás Chelo, Noemí, y una amiga irlandesa (muy aficionada al alcohol, como tiene que ser). Delante: una amigo de Xalvador, Xalvador, Jazmín y servidor. Douglas no estaba en el plano misteriosamente...


La indiferencia del resto de clientes del bar respecto al partido al encontrarse ya Argentina eliminada, fue transformándose en vibrante deseo de que ganase España ante el tremendo baño que les estábamos dando a los germanos y, he de reconocerlo, un poco también contagiados por este gallego que quería que ganase "la roja". Que cabezazo de Puyol, que cabezazo...

Así, fueron dos los motivos para salir una última noche, mi despedida y el pase a la final, no sin antes agradecer y decir chau a la gente en este auténtico, peculiarísimo, bodegón que lleva abierto casi cien años:



Y, como no, darle un beso con la mejor onda a su dueña Carmen, que lleva trabajando allí desde los siete años, y con quien congenié tras la primera visita:



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Leandro, gracias por indirectamente posibilitarme una segunda visita a Buenos Aires ya que pasarlo bien sería una expresión que menospreciaría los buenísimos momentos que disfruté esas dos semanas.

Douglas, buenísimo volver a vernos y visitar La Fábrica una vez más. Lástima lo de tu seleccionado. ¿Aguante Diego?


Chelo, Noemí, buenísimo el reencuentro y fortalecer los lazos, aunque sea a costa del Clarín...


Huevo, que desazón me provoca el hecho de que nos tengamos que volver a ver.


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Antes de terminar la entrada, tengo que aclarar lo que sucedía en Rosario mientras se agotaban mis días en Buenos Aires.

Si bien cuando me fui de allí, la posibilidad de que Estefi aceptara mi invitación a viajar un tiempo juntos era más que utópica por múltiples factores, en aquella ciudad se estaba revirtiendo la situación para que, inesperada pero lentamente, ella se fuese convenciendo de que en verdad había poco que perder y mucho que ganar si aceptaba venirse unos días a viajar juntos...

Una semana fue lo que me dijo que podríamos compartir el viaje. Tres semanas después seguíamos juntos...


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