jueves, 20 de mayo de 2010

Santiago de Chile (2). Diversión extrema.

Como es de suponer, no toda mi estancia en Santiago quedó exclusivamente condicionada por el interés político que este país me genera. Si bien es cierto que reconozco que la entrada anterior pudo resultar aburrida o cansina para muchos al estar basada en el "pequeño" y humilde homenaje que quería plasmar en el blog sobre mi respeto a la historia de este pueblo, también es verdad que visité muchos amig@s que hacía tiempo no veía (otr@s no tanto), y con quien pasé días y noches muy divertidas, llenas de fiesta y jolgorio. Casi podría decir que la parte de disfrute nocturno y de amigos en Santiago ha sido, hasta ahora, la más intensa y etílica del viaje.

Cuando llegué a Santiago, tras varias semanas de retraso con la consiguiente desesperación de quien allí me esperaba, Conti, una buena amiga de Barcelona que aquí se convirtió en gran amiga, ya tenía todo preparado para hospedarme en su casa. Allí pasé dos semanas seguidas "molestándola" a ella y a sus compañeros de piso, Víctor y Sabi. Mis niños, es tanto lo que tengo que agradecerles por aguantarme tanto tiempo...

A las pocas horas de estar en casa de Conti apareció Lorena, otra gran amiga chilena de Barcelona que estaba de visita en Santiago para visitar a su familia y estar presente en la boda de su hermana que ella misma estaba organizando al ser quien más tiempo libre tenía de entre todos sus allegados. Ciertamente es una sensación bien rara encontrar a un amig@ de hace años en otro lugar del planeta, más si ésto se produce en su tierra natal y a tantísimos kilómetros de la ciudad donde surgió la amistad. Al igual que me sucedió con Juan y Vale en Mar del Plata, los abrazos por el reencuentro no eran solo por el tiempo que había pasado desde la última vez que nos vimos, sino porque todo sucedía a esa cantidad enorme de distancia respecto a Barcelona. Tras la efusividad del momento, y el mismo domingo que llegué, fuimos a un asado a uno de los cerros santiaguinos para celebrar el cumpleaños de una amiga de Conti entre carne, vino, cerveza y muchos otros amig@s. El estado de felicidad era evidente ante mi bienvenida.


Servidor, Conti y Lore:


Como Conti, psicopedagoga entregada a su labor, entre semana andaba muy liada con la pega (trabajo), las noches comprendidas entre lunes y viernes fue Lore quién me sacó a "pasear" por los bares de la ciudad, presentándome, además, a muchos otros amigos que ya se convirtieron en los míos.

Fue así como, un lunes improvisado, terminé con una tremenda borrachera tras una larga noche de copete (beber alcohol). Recuerdo que los amigos de Lore no se creían que, después de dos días en Santiago (atención al tiempo transcurrido: dos días) aún no había probado el pisco. Esta bebida, al parecer originaria de Perú pero muy extendida en Chile, es la base de las borracheras de la juventud chilena, y de los no tan jóvenes. Básicamente consiste en una especie de aguardiente destilada a partir de la uva, y se puede beber con Coca-Cola o gaseosa (refresco) de limón.


Los hay de distintas calidades, y en función de ella te puede dar una caña (resaca) terrible o sobrellevarlo con dignidad al día siguiente.

Menos mal que Lore tuvo tiempo entre el nerviosismo de los preparativos nupciales y me enseñó algo del Santiago nocturno. ¡Gracias, mi niña!


Otra de las cosas que hice fue acompañar a esta loquita de la vida a hacerse un tatoo para tapar otro de un delfín flaite (hortera, de mal gusto) que llevaba en su espalda desde la adolescencia. Aguantó como una campeona y quedó bien bonito.



Otra de las invitaciones que esta niña me brindó fue la de conocer a toda su familia, reunidos en casa de su tía en el Día de la Madre. Abuelos, tíos, primos, padres y hermanos se juntaban en un número sin fin brindándome un caluroso recibimiento y haciéndome mil preguntas sobre España y Barcelona. La verdad es que son una familia genial y nunca me sentí incómodo a pesar de ser un intruso en un día en donde los que no pertenecen a la familia no cuadran mucho en la escena.

De tu familia también me llevo un lindísimo recuerdo, niña.

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Otra de las sorpresas que me deparó Santiago fue la visita, casi repentina, del purranquino Taranta. En su aburrimiento de pueblo hay ocasiones en que trata de huir de esa monotonía escapando hacia Santiago, y como algunos de los amigos que poseemos en común desde hace tantos años nos estábamos volviéndo a ver, no quiso desaprovechar la oportunidad y se juntó con nosotros para compartir un largo, e inolvidable, fin de semana. ¡Que bueno fue volver a verte, Taranta!

Cuando por fin llegó el viernes, Conti quedó libre de la pega y pudimos marchar a la costa, a Valparaíso, ciudad que antaño tuvo el puerto más importante de toda América.


Ver Santiago de Chile - Valparaíso - Viña del Mar (Ida y vuelta 260km -Total 17.820km) en un mapa más grande

Allí no solo me esperaba, por primera vez en mi vida, la visión del inmenso Océano Pacífico, sino que también, y con gran impaciencia, nuestra amiga Isa, otra chilena retornada de Barcelona, aguardaba nuestra llegada (retrasada una y otra vez por culpa de quien escribe) para plasmar entre todos otro lindísimo reencuentro. Su nuevo novio también nos recibió como si fuésemos amigos de hace tiempo.

Servidor, Lore, Taranta, Conti, Isa, y su novio.


La noche del viernes fue tan intensa que desapareció sin darnos cuenta hasta que la luz del día "apagó" la oscuridad. Poco nos importó, y hasta bien entrada la mañana las mil conversaciones se mezclaron con otros tantos bailes en casa de Isa. Creo que no hay ninguno que no pueda afirmar que fue una noche, con su prolongación, simplemente memorable.

Mi hermana me dijo que tenía muchas ganas de ver fotos de Valparaíso ya que una amiga de ella nació aquí. Andrea, ya ves lo lindo que es este lugar, a pesar del puerto y la contaminación...:


Enclavada en las orillas del Pacífico, y precedida de múltiples cerros (según cuentan hay hasta cuarenta y uno), Valparaíso es una de las ciudades más históricas y peculiares de toda le geografía chilena.

En mi mochila me llevo un fin de semana tan divertido como emocionante ante tantos recuerdos y anécdotas que tod@s volvimos a compartir y rememorar tras aquellos años que coincidimos en esa ciudad que llevo clavada a mí a través de esos grandísimos momentos, Barcelona.



Antes de volver a Santiago visitamos Viña del Mar, otra ciudad, ésta mucho más moderna, a tan solo cinco kilómetros de Valpo (Valparaíso). Aquí nació Conti y pasó buena parte de su infancia, por lo que la visita era obligatoria. Nunca estuve tan cerca de este océano, aunque el frescor del clima prolongó, hasta nuevo aviso, mi primer chapuzón en estas aguas.


Tanto Viña del Mar como Valparaíso son los destinos elegidos por la inmensa mayoría de los chilenos que en verano pueden tener vacaciones desconectando del lugar donde viven. Los que optan principalmente por la costa pueblan estas dos ciudades en los meses de enero y febrero multiplicando brutalmente su población. Es la historia del Mar del Plata argentino pero en versión chilena.


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Una de mis aspiraciones del viaje, bastante superficial pero igualmente divertida, era la de ir a ver un partido de fútbol para conocer in situ la pasión desgarradora con la que en el continente se vive este deporte. Como comenté en la entrada de Buenos Aires, en Argentina me fue imposible, pero en Chile si que iba a tener la oportunidad.

Conti es seguidora acérrima de la Universidad de Chile, La U. Este equipo compite en rivalidad con el Colo-Colo. Sus duelos, el derby nacional, representan lo mismo que un Barça-Madrid o un River-Boca, es decir, auténtica pasión de multitudes en donde no es solo un simple partido de fútbol lo que se juega. La U es el rival menos potente económicamente, posee menos títulos, ni siquiera tiene estadio propio (se lo han de alquilar distintos clubes cada partido que juega "en casa"). Sin embargo, es la que mejor afición tiene, no solo por número sino por la lealtad con la que siguen al equipo.

A los pocos días de haber llegado, La U se enfrentaba en la Copa Libertadores al Alianza de Lima en el partido de vuelta de los octavos de final de esta eliminatoria. La ida había terminado 0- 1 a favor de los chilenos, así que en pincipio no tendría que haber muchos problemas para solventar la disputa a doble encuentro.

Hasta allí me fui con la Conti a ver el partido. Llegamos como quince minutos antes y ya la afición no paraba de cantar. Si ya estaban así no me quería imaginar la explosión de júbilo que iba a suponer la salida de los jugadores al césped. En una ocasión como ésta no iba a desaprovechar la opción de "video" de mi cámara:




Realmente estaba sintiendo una gran emoción al sorprenderme por la pasión desbordada con que tantas miles de personas no dejaban, ni por un segundo, de animar a su equipo. Ya sabía, por la televisión, la intensidad con que las hinchadas de acá viven cada encuentro, pero comprobarlo estaba siendo toda una experiencia.

Uno de los momentos en donde literalmente se me puso la piel de gallina fue cuando los peruanos marcaron el gol que igualaba la eliminatoria. Solo segundos después la afición comenzó a entonar un nuevo cántico en donde se les transmitía a los jugadores, a grito pelado, que aunque pierda o gane ellos nunca les van a fallar. Me imaginé lo que significaría para los deportistas que estaban en el campo lo que tiene que ser, lo que se tiene que sentir, cuando miles de personas te están proclamando esa fidelidad a pesar de la momentánea derrota. Seguro que a ellos también se les tendrá que poner la piel de gallina...

La U empató en la segunda mitad, pero cinco minutos antes de que finalizara el partido el Alianza volvió a adelantarse cayendo la desesperación en la grada que nunca, ni por un segundo, había ahogado su aliento hacia los jugadores con ánimos constantes (no exagero cuando digo que hay más de veinte cánticos diferentes para proclamar esa lealtad al club).

Cuando todo parecía perdido, a falta de dos minutos, La U volvió a marcar. La locura se apoderó de todo el graderío. Los unos se abrazaban a los otros en auténtica explosión de júbilo compartido. Sin embargo...¡el línea había levantado la bandera! ¡El gol estaba anulado! La crispación fue entonces la que se extendió por toda la grada en forma de insultos impronunciables hacia los árbitros. Todos los jugadores chilenos, banco (banquillo) incluído, se abalanzaron sobre los jueces, mientras éstos deliberaban, para reclamar la validez del gol. Y de repente...¡el gol es válido! La cancha entera se volvió totalmente loca. ¡Era como si La U hubiese vuelto a marcar!

Fue entonces cuando los peruanos corrieron como posesos a rodear a los árbitros. La impotencia que sentían se combinó con la rabia hasta el punto de no aceptar bajo ningún concepto la decisión tomada. El tiempo pasaba y los dos minutos que faltaban parecía que nunca iban a jugarse. Las protestas fueron de una magnitud tal que, finalmente, ¡los pacos tuvieron que entrar al terreno de juego para proteger al árbitro! Sin embargo, ésto enrabietó aún más al equipo peruano, con lo que...¡más carabineros, éstos incluso con cascos y porras, y marchando en formación, se unieron a los anteriores en el centro del campo!

La escena era surreal: todo el equipo del Alianza pretendía llegar hasta los jueces mientras una nube de policías armados se lo impedía. El momento más dramático fue cuando el árbitro principal decidió ¡dar el partido por finalizado!. Aquí si que ya nadie entendía nada. En teoría aún faltaban dos minutos por jugarse pero ante las protestas airadas, casi coléricas, del equipo visitante, parecía que iba a finalizar allí mismo.

Sin embargo, los peruanos se fueron calmando y se jugaron esos minutos restantes. El marcador no se movió y terminó 2-2. La U había pasado la eliminatoria:



Para un turista imparcial como yo, este partido fue simplemente inmejorable: goles, tensión, ánimos y cánticos constantes, polémica como nunca antes ví en mi vida, ni siquiera por la tele en algún partido en directo... Fue una eliminatoria intensísima, con todo lo que se le puede pedir al fútbol, y donde además ganó el equipo de casa con quien obviamente empatizaba. Definitivamente me lo pasé muy bien.

Tras semejante experiencia, solo añadir que ya no soy imparcial: ¡¡¡VAMOS LA U!!!

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En Santiago también tuve la oportunidad de gozar con otra de mis pasiones: el rock en vivo, aunque en este caso, más que rock el concierto al que acudí era puro heavy metal épico representado en uno de los grupos que más me gustan de este estilo y que llevan dando caña desde los ochenta: Manowar.

Hace un año ya los vi, por primera vez en mi vida, en Zaragoza. En aquellas fechas no me podía imaginar, ni por asomo, que justo once meses después los iba a volver a ver en Santiago de Chile.

Aquí, en Santiago, también tuve la suerte de conocer al Chino, el novio de la Conti, un amante del rock de verdad. Aunque a él no le apasione el heavy, aprovechó que su tío trabaja en el Teatro Caupolicán, donde se celebró el concierto para acompañarme al poder entrar él gratis. En la entrada encontramos a un amigo que es componente de su banda de rock chilena, los Devil Presley, y yo también conseguí mi entrada bastante rebajada respecto precio inicial.

Una vez dentro, la emoción por volver a ver a estos maestros del heavy se apoderó de mí:


Aunque, sinceramente, el concierto en Zaragoza estuvo bastante mejor que éste, la verdad es que disfruté mucho. Hubiera sido perfecto si hubieran tocado más clásicos y si el cantante no hubiese tenido el pedo que llevaba y que le hizo hasta equivocarse el algún tema provocando la risa general:

- Oh my God! This is not the correct song!-, decía mientras pedía a la banda que volvieran a empezar...

La apoteosis surgió, sin duda, cuando en los bises tocaron uno de mis temas favoritos, Warrior of the World United:



Otro momento más a sumar en la constante diversión que ha supuesto para mí estas semanas en Santiago. ¡Gracias mil por acompañarme, Chino!

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Los días se iban sucediendo y la diversión en múltpiles formas estaban convirtiendo mi visita a Santiago en inolvidable.

Como mencioné más arriba, Lorena estaba encargándose de organizar la inminente boda de su hermana. Antes de que ésta se celebrase, cayó en Santiago su pololo (novio). Walter, italiano afincado en Barcelona, llegó a la ciudad y enseguida encontramos mil puntos en común a todos los niveles y congeniamos muy rápidamente.

El día de la despedida de soltera de Carola, la novia que unos días después iba a dejar de serlo, Walter y yo salimos juntos a copetear. Mientras las chicas saciaban la locura que se puede producir entre amigas en un día tan especial, con todos los requisitos cargados de líbido que la ocasión requiere, Walter y yo dábamos buena cuenta del pisco que ofrecían en los llenísimos bares del barrio de Bella Vista, donde juventud y ambiente alternativo se mezclan en las noches de los fines de semana santiaguinos.

Aunque la suma de alteradores ayudó, lo cierto es que parecía como si nos conociésemos hacía tiempo cuando en verdad solo nos vimos un par de veces en Barcelona. Desde ese día Walter y yo creo que nos convertimos en buenos amigos. Estaba siendo una noche cargada de buenas vibraciones.


Unas horas después nos juntamos con las chicas para ir a bailar a una disco, aunque en verdad cuando mejor lo pasé fue al final de la noche al reunirnos todos en casa de alguien que me resulta imposible recordar quien fue...



Y así, cuando ya solo faltaba un día para despedirme de los chicos para continuar mi ruta hacia Mendoza, fuimos a comer a un restaurante muy típico de Santiago: El Hoyo. Allí nos reunimos Walter, Lore, su padre, la madre del novio de la cercana unión y el pololo de ésta. La comida estuve simplemente magistral, riquísima, aunque lo mejor iba a venir después.

Una de las cosas que me faltaban por probar en Chile era el terremoto, una bebida en donde se mezcla una especie de vino blanquecino con jugo de piña, solo que éste se sirve en una bola de helado que se va derritiendo sobre el vino dentro de la jarra donde se sirve. Desciende hacia el estómago con un sabor delicioso, lo que provoca un tremendo engaño ya que lo que corre por las venas nada tiene que ver con el sentido del gusto: en verdad se está ingiriendo una enorme cantidad de alcohol. El problema es que a la sangre no la engaña nadie...

Si se repite pidiendo una nueva jarra, ya no se llama terremoto: su nombre pasa a ser réplica. Hay que ver el humor negro de los chilenos para usar palabras que son sinónimos de tragedia para designar la ingesta de un copete. Tras siete horas sentados a la mesa en donde las idas al baño eran lo único que interrumpían la continua toma de alcohol, tres réplicas de litro sellaron una de las mayores borracheras que agarré en los últimos años.

La anécdota de verdad vino cuando, a mitad de tarde y ya bastante alegres por lo obvio del momento, Lore dijo en voz alta:

- ¿Y por qué no te quedái a la boda de mi hermana, po?

Yo, seguro de que la última persona que "debía" estar en esa celebración era el turista pasajero que mi figura representaba, espeté con sorna e igualmente en voz alta, hacia todos los comensales, y para convertir mi respuesta en irónica broma:

- Porque nadie me ha invitado...

En ese momento, el padre de Lore me miró fijamente y, mientras me señalaba con el dedo y cambiaba su sonrisa en un rostro totalmente serio y convincente, dijo:

- Hugo, quedai formalmente invitado a la boda de mi hija.

Ese hombre mide casi uno-noventa. Era como si Vito Corleone me estuviese apuntando con una pistola para hacer imposible cualquier pretensión de dar una respuesta negativa al ofrecimiento. Y todos sabemos lo importante que es para el Padrino la boda de su hija.

Yo, cada vez más pequeño, miré hacia la madre del novio, momento que ella aprovechó para afirmar:

- Y si no vení vai a quedar mal conmigo, po hueón.

Solo pude decir alargando muchísimo la "o":

- Noooooooo...

Lore me sonreía mientras con su rostro me expresaba:

-Ahora no te podei negar, Huguito.

Ante tal situación no me quedó opción:

- Vale, vale. Voy a Mendoza mañana pero saco un billete de ida y vuelta para venir a la boda.

Las risas de todos los que compartíamos mesa sentenciaron mi aceptación.

Ocho días después estaba de vuelta en Santiago para acudir a esta boda.

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El compañero de piso de Conti, Víctor, se apiadó de mi ausencia de cualquier tipo de vestimenta para estas ocasiones (nunca en mi vida tuve traje y mucho menos corbata). Nuestras idénticas tallas posibilitaron que incluso encajara perfecto en su chaqueta y camisa. Afortunadamente en la boda no se exigía etiqueta, así que pasé de la corbata y usé mis propios vaqueros. A mucha gente que me conoce le hubiera provocado muchísimas risas verme de esa guisa.

La celebración de la boda fue genial, lo pasé demasiado bien entre las ciento cincuenta personas que fueron invitadas, y aunque a principios de la noche apenas conocía a nadie, cuando ésta finalizó era uno más entre todos.

Felipe, pocas horas después de firmar su sentencia, junto a mí.


Con Carola, la más feliz de la noche.

Y aquí me tienen, ya pueden reirse.



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A todos los que compartieron momentos conmigo en Santiago, incluyendo a German, otro chileno retornado de Barcelona y con quien también compartí otro día (y noche) de miércoles más que etílica, muchísimas gracias por haberme tratado tan bien y haber posibilitado que en mi recuerdo de Santiago solo aparezcan sonrisas.

Sobre todo, muchísimas gracias a tí, Conti. Me encantó estar en tu casa y que me hicieses el pedazo de favor de aguantarme tantos días. Sabes que te debo una, miniña.


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¡ME ENCANTA SANTIAGO DE CHILE!



Santiago de Chile (1). Eso no está muerto...

Pucón - Santiago - 780km - (Total 17.560km)


Ver Pucón - Santiago - 780km en un mapa más grande


Y por fin, tras más de un mes de relativo retraso, anclé mi sueño en una de las ciudades más históricas del continente, Santiago de Chile.

Este país que ya he conocido en parte tras mi visita a la Carretera Austral, Purranque o Pucón, lleva aún marcado en sangre y barro las consecuencias del terremoto más destructor de las últimas décadas en el mundo. Si a ello añadimos el devastador tsunami originado minutos después de aquel fatídico seísmo del venti-siete de febrero, podemos acercarnos un tanto, en verdad muy poco, a comprender el caos que se produjo en el país. Si los 8,8º Richter del temblor sacudieron los mismos cimientos del centro de Chile derrumbando poblaciones enteras, la ola que el mar levantó después fue aún peor: llegó a penetrar arrasando con todo lo que encontraba a su paso hasta ¡cuatro kilómetros tierra adentro! A ello hay que sumar la total, nefasta y catastrófica incompetencia de las autoridades gubernamentales y militares, quienes no supieron organizarse para transmitir a la población costera la inminente llegada del maremoto, llegando incluso a avisar oficialmente de que no existía ningún riesgo de que éste se produjese...

Centenares de muertos evitables después, tras destruir ciudades y pueblos enteros, hoy no dejan de aterrorizarme los comentarios y recuerdos de los chilenos que rememoran aquellos fatídicos tres minutos.

Todo sucedió una madrugada de viernes a sábado el donde muchos estaban despiertos al haber salido de fiesta. En su locura nocturna aún costaba más dar crédito a lo que estaba sucediendo: de repente la tierra había comenzado a moverse con tremenda violencia sin que nadie pudiera entender bien qué estaba pasando. El suelo se estremecía y crujía sin ofrecer ninguna resistencia hasta el punto de parecer estar subidos a una macabra atracción de feria que nunca finalizaba. Los que iban en auto ni siquiera podían salir de ellos ante los tremendos botes que daban, como si fueran un pequeño juguete en manos de una bestia despiadada. Los que dormían en sus casas cuentan como inmediatamente después del comienzo de ese larguísimo temblor se fue la luz. Los unos se buscaban a los otros entre oscuridad, gritos y caídas desesperadas, mientras todos los muebles, cuadros y demás objetos de la casa rodaban a su antojo o directamente se precipitaban con estrépito al suelo.

La tierra tembló hasta el punto de, semanas después, seguir imposibilitando el sueño de una buena parte de la población chilena. La psicosis generada por las constantes réplicas que aún hoy siguen existiendo ha condicionado la vida de muchos de los que sufrieron este espantoso terremoto. Su consecuencia se traduce en forma de insomnio y demás trastornos que hacen inalcanzable lograr un mínimo de estabilidad emocional en el día a día de esta gente, aunque suele ser la población más longeva quien peor ha sufrido este tipo de secuelas.

En Santiago hay edificios de reciente construcción donde el desalojo fue tan inmediato como el cuelgue del cartel "inhabitable". Muchos de esos vecinos siguen hoy a la espera de una solución de las inmobiliarias para saber donde demonios van a vivir, pero lo peor sucedió a más de quinientos kilómetros al sur de aquí, en Concepción, donde prácticamente la mayor parte de la zona es la que quedó inhabitable...

Edificio junto a la avenida Irrarázabal donde me hospedé: inhabitable.


Incluso los edificios históricos, tanto por lo que albergan adentro como por la belleza de su arquitectura afuera, no pudieron salvarse de la destrucción que el seísmo provocó:

Palacio de Bellas Artes con estatua del inconfundible Botero
(muy similar a la del Aeropuerto de Barcelona):


Poco a poco, con bastante paciencia, los chilenos van sacando ánimos y energías para recobrar la normalidad de un país que desafortunadamente ya ha tenido que acostumbrarse a estas catástrofes naturales.

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Mentiría si dijese que siempre sentí indiferencia hacia Santiago de Chile. Esta ciudad capitalina ha provocado en mí muchas emociones desde que comencé a conocer su historia, y con ella la de su país.

Antes de la invasión española eran los Incas y su impresionante imperio quien, tras saciar su constante sed conquista, llegaron hasta estos lares (y muchos kilómetros más al sur también). Esta cultura que vivió sus albores hacia principios del siglo XIII en el Cuzco peruano, impuso su ley y su civilización sobre la tierra que pisaban extendiendo enormemente la longitud de su territorio e influencia. Lo que no esperaban los Incas era la llegada de otra civilización imperial aún más aniquiladora y jerárquica que la suya propia. El hombre blanco no solo trajo de Europa el afán de conquista para continuar el enriquecimiento del imperio a través de la matanza y el exterminio, sino que también portaba un desarrollo armamentístico a años luz de los conocimientos precolombinos en el campo militar.

Sin embargo, sus resistencia fue ardua y constante. Fue hacia mil quinientos veinte cuando cayó el emperador Atahualpa y con ello su imperio, comenzando así el dominio de estas tierras por parte de los colonos españoles, acaso más salvajes y sádicos que a quienes acababan de masacrar.

Pese a ello, hoy en día siguen existiendo numerosos términos del habla quechua originaria de los Incas en la lengua chilena, más aún que el mapudungún que aún hoy permanece vivo a través de la cultura mapuche, la población nativa más numerosa del territorio chileno (son un cinco por ciento de la población total, pero casi un noventa de la población indígena), pero esta es otra historia...

Los mapuches, palabra cuya etimología significa "gente de la tierra", sufrieron, como toda población nativa del continente, las funestas consecuencias de la colonización. Sin embargo, su tremenda resistencia a someterse al imperio posibilitó que, años después de la caída de Atahualpa, lograran pactar con la corona española la posibilidad de establecerse en un territorio del Chile actual sin injerencias europeas. Básicamente lograron su independencia tras el intento de conquista.

Poco tiempo después Chile lograría abolir el virreinato dominante de la corona española aprovechando oportunamente el momento de crisis que supuso la conquista de Napoleón sobre el que había sido el imperio más poderoso del planeta, el español. Tras un primer intento los rebeldes fueron reducidos y se produjo un exilio obligado hacia Mendoza, Argentina. Pero la estancia allí solo supuso la reorganización de la estructura militar que volvería a intentar la independencia de Chile tan pronto como fuera posible. Batiéndose en armas contra el virreinato, el General Bernardo O'Higgins ayudado por el argentino General San Martín (libertador también de su propia tierra y del Perú) lograron hace justo dos siglos expulsar de su tierra la infamia de la conquista y a todos sus benefactores. Sobre ambos generales hay hoy toda una serie de homenajes en el país en forma de calles, avenidas, plazas, monumentos, instituciones o estatuas.

Sin embargo, poca veneración y nulas ofrendas encontramos sobre los pueblos que aquí habitaban mucho antes de la conquista y la posterior independencia. De hecho, con el estado chileno ya forjado, fue cuando se trató de reconquistar el territorio que los mapuches habían conseguido independizar para mantener y desarrollar su propia cultura. A finales del siglo XIX los militares chilenos expropiaron la tierra ancestral del territorio mapuche por la vía militar, tal y como habían hecho siglos atrás los españoles.

Solo en mil novecientos setenta, tras la reforma agraria de Salvador Allende, la representación de la población mapuche en la política chilena volvió a recobrar algo de dignidad al comenzar a devolvérseles parte de la propiedad de las tierras que siempre les pertenecieron.

Más tarde, durante la dictadura pinochetista, todo volvió a quedar estancado: las torturas y desapariciones se cebaron con la población indígena, al tiempo que se expropiaba nuevamente su tierra. Cuando el régimen finalizó, los nuevos gobiernos siguieron minimizando los reclamos indígenas al tiempo que se arrodillaban servilmente ante las multinacionales extranjeras. Esta situación tuvo su culmen cuando a finales del siglo veinte se le otorgó a ENDESA, esa gran empresa española, la instalación de una gigantesca central hidroeléctrica en dichas tierras reclamadas durante siglos y siglos por sus habitantes originarios. Ante la negativa mapuche a marcharse de su tierra, los sucesivos gobiernos que desde mediados de los noventa dirigieron el país, han reprimido brutalmente a esta población. Tras varios asesinatos por parte de los pacos (policía o carabineros) y la posterior ola de violencia, se han seguido haciendo leyes para castigar cruelmente los reclamos de la única población autóctona que sigue demandando su derecho de poseer la tierra donde siempre vivió, de los únicos que reclaman con su herencia originaria el más contundente de los argumentos para conseguir el derecho a la dignidad de su pueblo.

Mapuche: "gente de la tierra". Hoy siguen en lucha.



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Santiago tiene muchas, muchísimas cosas, que la convierten en una singularísima ciudad. Uno de los aspectos que más llaman la atención a primera vista de esta metrópoli de más de seis millones de habitantes, y no es nada positivo, es la polución reinante en el ambiente, y que en ocasiones obliga a la Municipalidad a reducir por días la cantidad de autos que circulan por la ciudad en función del número de la placa (matrícula).

Cuando se sube a cualquiera de los numerosos cerros que pueblan los alrededores se puede observar perfectamente el esmog (anglicismo chileno cuyo origen proviene de la mezcla de las palabras smoke —humo— y fog —niebla—).


Sin embargo, y a pesar de esta polución que impregna el aire santiaguino, hay atardeceres muy lindos desde, por ejemplo, el Cerro de San Cristóbal:


Incluso desde otro cerros, como el céntrico y bellísimo de Santa Lucía, las vistas del atardecer terminan por seducir a cualquiera:



Si algún lector queda sorprendido con la foto anterior y se pregunta qué demonios puede ser esa estela que dejó el avión que pasaba por el cielo de Santiago ese día, mi mejor amigo Chulani, y cada vez más personas en el mundo, podrían afirmar que se trata de los "chemtrails". Esta teoría afirma que la huella que dichos aviones "abandonan" en el cielo no es fruto de la condensación del aire que normalmente provocan los aeroplanos, sino de productos químicos perfectamente controlados para ser expulsados al aire de las grandes ciudades del planeta y cuya finalidad podría ser controlar (o provocar) el cambio climático, o también puede que tuviese un uso de experimentación militar (como por ejemplo la anulación de la detección de otros objetos por parte de los radares), o incluso también se habla de la propagación de enfermedades. Aunque no hay ninguna certeza al respecto aún, lo cierto es que esa estela permanece mucho más tiempo en el aire que la de cualquier avión normal y, personalmente, las he visto en varios países en los últimos años. Ésta en concreto dibujó una curva más que sospechosa para deducir que dicho vuelo entraba dentro de los parámetros de cualquier avión comercial...



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En la capital, como en todos los lugares del mundo urbano conocido, puedes encontrar todo tipo de construcciones, tanto modernistas como en continuo deterioro.


Sin embargo, en lo que fue mi primer paseo por el centro de Santiago, la onda que ofrece la ciudad me cautivó al tiro (rápido). En la mítica Plaza de Armas se hallan esparcidas numerosas escenas curiosísimas que dan una vida sin igual a tan particular rincón.


A un lado puedes obervar como un cómico de la calle congrega a más de cien personas para su repentina función. Veinte metros más allá una auto-proclamada predicadora de vete a saber qué secta evangelista de no se cuál día grita a la plaza y al mundo la necesidad que tenemos de refugiarnos en Jesús para salvarnos. Pero, ¿para salvarnos de qué, señora pastora?


Tan solo con mirar a otro lado (algo que no tardé mucho en hacer) se puede observar un nuevo ejemplo, a pie de calle, de las diferencias sociales manifestadas en el mundo laboral y los "buscavidas" callejeros. Hace un tiempo que apenas se ven en España, pero me hizo recordar tiempos en donde los señoritos encorbatados de Tenerife acudían a la Alameda de Santa Cruz para que los sucios limpiabotas les lustrasen los zapatos arrodillados ante ellos mientras recibían total indiferencia por parte del cliente que, orgulloso y altivo ante su siervo momentáneo, prefería leer el periódico a relacionarse con quien le limpiaba y sacaba brillo a lo más bajo que ofrecía, los pies...


Y así fui girando por la plaza hasta detenerme sobre un montículo donde numerosas personas se arremolinaban sobre distintas mesas obervando con atención y en silencio lo que en ellas sucedía. El Club de Ajedrez Plaza de Armas consiguió hace tiempo usar el espacio público para congregar sobre sus mesas y con sus fichas a los amantes de este maravilloso deporte de la mente. Santiago me iba seduciendo cada vez más.


Y así continué mi céntrico paseo hasta que llegué a una zona peatonal donde la marabunta santiaguina camina velozmente sometidos al típico estrés metropolitano. Esquivando gente que se apresuraba por llegar a su destino me vi envuelto en esa tensión urbana a la que no pertenezco estando viajando y disfrutando. Cuando estaba a punto de tomar la decisión de marchar a otro lado, giré en una esquina desde donde pude escuchar la inconfundible melodía de la música folklórica de esta parte del mundo. Guitarras, quenas, flautas y charangos sonaban a lo lejos, así que acudí presto a su encuentro.

Cuando llegué la sonrisa que se esbozó en mi ilusionada cara fue tremenda. Acababa de encontrar un acto organizado por el Sindicato de Cantores Urbanos cuya finalidad era que tanto músicos como cómicos, actores, malabaristas y demás artistas de la calle tengan libertad para plasmar su arte en la vía pública y se les siga reconociendo el derecho a ganarse la vida de esta forma tan digna ante la inminente amenaza de la Municipalidad de "regular" tales actividades.

Entre discurso y discurso sonaban temas muy reconocidos en mi memoria al haber sido escuchados desde hace mucho tiempo en aquel Ford Escort del ochenta y pico que manejaba mi viejo...

"Charagua", de Víctor Jara:



Básicamente lo que estos artistas reclamaban era lo que este mítico cantautor asesinado tras el golpe de estado de Pinochet ya había demandado décadas atrás:

"El Derecho de Vivir en Paz", Víctor Jara:




Tras los vítores correspondientes y la emoción del momento, el acto finalizó con la expresión de un baile tradicional que este ignorante europeo desconocía por completo: la cueca. Consiste en una danza muy seductora en donde tanto el hombre como la mujer portan un pañuelo que simboliza el epicentro del baile. Sin apenas dejar de mirarse, y moviendo especialmente los pies en pasos bastante enérgicos, el pañuelo se levanta sobre las cabezas y torna a bajar rítmicamente mientras la pareja da vueltas, se aleja sobre si misma y se vuelve a acercar una y otra vez hasta que la coreografía finaliza agarrándose ambos del brazo para saludar a los espectadores. Un baile muy divertido que se suma a mi aprendizaje del folklore chileno.



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Sin embargo, el momento donde mayor emoción, casi congoja, llegué a sentir de toda mi visita a Santiago, fue cuando me detuve delante del Palacio de la Moneda. Aquí, el once de septiembre de mil novecientos setenta y tres, Augusto Pinochet perpetró unos de los golpes de estado más sangrientos de la Historia.


El primer presidente de gobierno marxista elegido por votación popular en toda la historia de la democracia fue Salvador Allende en mil novecientos setenta. Incluso tras las elecciones, y antes de la investidura oficial, la CIA ya había planeado desestabilizar el estado chileno para impedir que tal toma de poder se efectuase, pero no lo consiguieron.

Allende consumó el voto del pueblo y obtuvo el poder. Uno de sus primeras medidas fue la de nacionalizar empresas multinacionales que extraían materia prima del territorio chileno, como el cobre, y cuyos beneficios se repartían en los países primermundistas de donde procedían tales compañías. La CIA llevaba razón en el "inconveniente" que suponía para los EEUU una presidencia marxista en un país que tanta plusvalía les estaba otorgando.

Fue así como, con Kissinger como Secretario de Estado norteamericano a la cabeza y a través del control y subvención de la CIA, se ejecutó el golpe de estado solo tres años después de que Allende accediese al poder (en verdad hubo una primera intentona golpista en junio del mismo año que fracasó gracias a los militares fieles a la democracia).

Los intereses americanos eran cuantiosísimos, tanto como las pérdidas que les estaba suponiendo un poder rojo que se dedicaba a defender que los derechos de extracción, explotación y distribución de la riqueza mineral se quedase en el país al que le pertenece. La derecha militar se movilizó, y ese fatídico día los tanques se abalanzaron sobre las calles de Santiago.

Ante la persistencia de Allende en aquella mañana del frío septiembre de permanacer en su puesto, defendiendo la voluntad del pueblo hasta, si era necesario, su muerte, los golpistas de Pinochet, con todas las fuerzas armadas a su favor, ahora sí, tiraron bombas desde aviones de guerra sobre el mismo Palacio de la Moneda. No hubo resistencia del pueblo ni de las instituciones. La demostración de poder militar fue tal que no existió resquicio para la lucha.

El último e inevitable suceso para el fin del gobierno elegido por votación constitucional era la muerte del propio Allende. La versión golpista defiende que se suicidó en su despacho presidencial cuando los pacos finalmente entraron al Palacio, pero la versión socialista de su muerte asegura que fue asesinado...

En cualquier caso, Pinochet acababa de conseguir el poder. Chile se volvía a vender a los EEUU mientras en el país se aplicaban torturas, asesinatos, matanzas (como el de Víctor Jara junto a otro miles de compatriotas en el Estadio Nacional, a donde se llevaron miles y miles de "sospechosos" anti-golpistas para martirizarlos y exterminarlos) y se hacía desaparecer a todo aquel que mostrase cualquier tipo de simpatía con el gobierno anterior. Aquí sucedió, en verdad, una de las represiones más brutales de la Historia con miles, todavía hoy incontables, de desaparecidos y asesinados.

Fueron diecisiete años de terror y gobierno de hierro. Diecisiete años de poder militar, censura y exilio. Diecisiete años en donde Chile quedó sumida en el pozo de la Historia, aletargada y paralizada mientras la clase dominante se jactaba de devolver el orden a un país sumido en el caos, pero que en verdad lo único que consumaron fue la reventa del país al capital extranjero para que, a costa de sangre y tortura, los negocios del Primer Mundo perpetuasen su situación de privilegio sobre países del tercero, como Chile.

Aunque el dictador Pinochet murió tranquilo en su casa durmiendo en sábanas de seda en lugar de haberse podrido en la cárcel como responsable de una de las páginas más negras de la Historia, lo cierto es que Chile, tras veinte años sin golpistas en el poder, comenzó a tratar de despegar hace un tiempo. Y aunque la izquierda de verdad, no la falsa izquierda que está más en el centro que en otro lado, de momento no haya ganado ningunas elecciones desde Allende, lo cierto es que, por lo menos hoy, y frente al palacio de Justicia, el homenaje a este defensor de los derechos del pueblo chileno se erige visible para todos en forma de solemne estatua:



En su último discurso radiofónico, con las bombas ya cayendo sobre La Moneda, y minutos antes de morir, afirmó:

"...Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!"


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Silvio Rodríguez - "Santiago de Chile":

"Allí ame a una mujer terrible,
llorando por el humo siempre eterno
de aquella ciudad acorralada
por símbolos de invierno.

Allí aprendí a quitar con piel el frío
y a echar luego mi cuerpo a la llovizna,
en manos de la niebla dura y blanca,
en calles del enigma.

Eso no está muerto,

no me lo mataron,
ni con la distancia,
ni con el vil soldado.

Allí entre los cerros tuve amigos

que entre bombas de humo eran hermanos.
Allí yo tuve más de cuatro cosas
que siempre he deseado.

Allí nuestra canción se hizo pequeña
entre la multitud desesperada:
un poderoso canto de la tierra
era quien más cantaba.

Hasta allí me siguió, como una sombra,

el rostro del que ya no se veía,
y en el oído me susurró la muerte
que ya aparecería.

Allí yo tuve un odio, una vergüenza,
niños mendigos de la madrugada,
y el deseo de cambiar cada cuerda
por un saco de balas".


miércoles, 12 de mayo de 2010

Aday

Hace unos días recibí, de mi hermana Andrea, un correo que me hizo emocionarme demasiado. En él se adjuntaban fotos cuya visión provocó el enrojecimiento inmediato de mis ojos. Esas imágenes venían a sumarse a las que un mes atrás había recibido por la misma vía, solo que en este caso el emisor era mi padre.



Me resulta increíble el apego emocional que puede llegar a sentirse por un amigo, por un compañero, cuando con éste no puedes compartir siquiera una palabra.

Con Aday compartí, eso sí, tres años y medio de mi vida, desde que nació hasta que me despedí de él para realizar este sueño. En todo ese tiempo no solo me esforcé para convertirlo en un buen perro, sino que desarrollé ampliamente mi capacidad afectiva gracias a su compañía.

Desde que fui niño y hasta la tardo-adolescencia casi siempre tuve perros, pero Aday fue el primero que me tenía a mí (y yo a él) prácticamente como único compañero. En esos tres años y medio compartimos piso, nos hicimos los mejores amigos, dormimos juntos casi cada noche, conocimos los montes y las playas de buena parte de la península. Junto a Aday comencé a entender lo difícil que puede ser educar a un perro y, al mismo tiempo, y a pesar de los errores cometidos en esa educación, sentirte feliz por ver como va aprendiendo los pasos por los que pretendes guiarlo.

Recuerdo con una gran sonrisa cuando, desde muy temprano, aprendió a ir sin correa por toda la locura urbana de Barcelona, y como a pesar de separarnos en decenas de metros, o incluso andando por aceras distintas, el nunca te perdía de vista, incluso aunque fuese otra persona quien en ese momento lo paseaba. Un simple silbido perfectamente reconocible para él bastaba para volver a juntarse.

Hay cosas que aprendió tan rápido que me vi en la obligación de corresponderle dándole más libertad. Es por eso por lo que Aday podía ir a conciertos o incluso bares sin que me tuviese que preocupar en exceso de por donde andaba. Aunque siempre estábamos pendientes el uno del otro podía pasar mucho tiempo sin que nos viésemos al estar cada uno a lo suyo. Eso sí, los dos sabíamos que antes de irnos del lugar en donde estuviésemos nos íbamos a reencontrar irremediablemente.


El nivel de libertad que su privilegiada inteligencia le hizo ganarse llegó hasta el punto de ser el único perro de Barcelona que no solo iba sin correa teniendo dueño, sino que también marchaba totalmente desnudo: nunca llevó collar. Su visión llegó a convertirse en una estampa más del barrio de El Raval. Mucha gente que me conoce se me acercaba para saludarme tras decir:

- Vi al Aday y te estaba buscando. Muy lejos no podías estar...

Incluso en Buenos Aires un amigo porteño de otro buen amigo mío, y al que nunca llegué a ver pero si hablé con él por teléfono, me dijo:

- Tu no te acuerdas de mí porque solo coincidimos un día en Barcelona, pero yo sí que me acuerdo de tu perro...

Quizás su exceso de hiper-actividad era la peor parte de Aday para terminar de caer bien a todo el mundo, o la causa por la que mis amigos se terminasen cansando de tener que cuidarlo cada vez que salía fuera, que por trabajo eran muchas veces. Y es que Aday podía estar diez horas sin parar de jugar. Puede que descansase dos minutos,


pero podía continuar ocho horas más.

Igualmente, muchísimas gracias Chula, Chaxy, Luichi, Leandro, Agus, Sebas (aunque se te haya perdido, jeje), Juan, Vale, Marce, Diego...Gracias a todos por hacer al perro un poquito más feliz con mis ausencias, y gracias por hacerme ese gran favor las veces que fueran ya que sabéis lo importante que es para mí ese "bicho" al que adoro.

Hoy Aday se encuentra aún mejor que en Barcelona. Está viviendo con mi viejo en la montaña, en Tenerife, en una finca enorme donde no es necesario sacarlo a pasear tres veces al día ya que constantemente se encuentra como si estuviese en la misma calle, solo que es la montaña. Allí incluso tiene compañero constante de juegos, la otra perra de mi padre, Laila. Mi viejo incluso lo lleva a pasear por la costa casi todas las mañanas, haciendo al perro todavía más feliz.

En el muelle Candelaria con la Basílica al fondo:



Los viernes se lo lleva a mi hermana a la ciudad para que lo tenga ella por un día y lo pasee junto a sus amig@s, haciendo así que el perro no se olvide de sus inicios urbanos.

A los dos, a mi viejo y a mi hermana (y también a mi madre por permitir que se quede en su casa), un millón de gracias por cuidar de alguien tan especial para mí. Estando con ustedes se que no me tengo que preocupar de nada ya que es imposible que esté en mejor lugar y con mejor compañía.

Aquí con mi primita Claudia:



Muchas gracias también por enviarme las fotos. Cada noticia de él es un motivo de alegría para mí.

Les quiero mucho. Lo quiero mucho.

lunes, 10 de mayo de 2010

Pucón. El Volcán Villarica y la magia de su magma.

Purranque - Pucón - 270km (Total 16.780km)


Ver Purranque - Pucón (270km) en un mapa ampliado


Haciendo total caso a la insistencia con que el Taranta casi me rogó que fuese a Pucón, donde además me recibiría su tío, no me quedó otra opción que visitar tan mágico lugar.

Nada más llegar, en la estación de autobús ya me estaban esperando. Juan Pedro, familiar de mi amigo, no pudo hospedarme ya que tenía visita en casa, pero me enseñó el pueblo en el taxi con el que trabaja y me llevó al hostal donde mejor calidad-precio ofrecen, aparte de, eso sí, invitarme a cenar en su hogar junto a su familia.

Mi idea era, a la mañana siguiente, subir al Volcán Villarica en una caminata de varias horas y a la misma noche marchar hacia Santiago donde me esperaban varios amigos desde hacía días. Desde este atractivo pueblo cualquiera puede observar la inmensidad del volcán que se pretende subir.


Así, tras pasar una primera noche en donde nada más apagar la luz de mi habitación me sorprendió la luna llena dibujada sobre mi propia cama,


madrugué muchísimo para realizar la subida al volcán. Estas visitas guiadas se hallan, como en tantos otros lados, gestionadas por empresas turísticas que ofrecen desplazamiento, entrada al Parque Nacional, y subida al volcán, no habiendo otra forma de acceder por tu cuenta al destino final, el cráter y su lava...

Si por la mañana temprano la climatología no acompaña la posibilidad del ascenso hasta arriba, ésta queda suspendida para el día siguiente. Cuando desperté unas nubes bien densas imposibilitaban cualquier visión de las montañas desde el cercano Pucón, así que tuve que retrasar otro día más mi llegada a Santiago ya que no me iba a perder la oportunidad de ver con mis propios ojos lo que ya me habían mostrado en fotos en la misma agencia que nos llevaría hasta el cráter.

Al día siguiente repetimos la operación, pero esa mañana el cielo se hallaba prácticamente despejado, así que subimos hasta el parque. A pesar de que las condiciones climatológicas acompañaban, hubo un nuevo inconveniente. De los prácticamente dos kilómetros de subida que han de hacerse, quinientos metros pueden realizarse subiendo en telesilla por un módico precio. Prácticamente todo el mundo lo hace ya que esa primera parte del ascenso es de pura grava en donde si asciendes dos pasos hacia arriba, resbalas retrocediendo otro. Sin embargo, era primero de mayo, Día del Trabajador en todo el mundo "democrático", y no solo me perdí las manifestaciones de tan significativo día en Santiago, sino que además tuve que subir a pie toda la ascensión al volcán ya que ni siquiera trabajaba ese día la empresa que gestiona el telesilla.

Pese a ello, nada más llegar al lugar donde termina el trayecto en coche, el paisaje que se divisa ya te deja tan pasmado ante la inmensidad de la cordillera que solo puedes maravillarte y dejar en un segundo plano la reciente decepción, bastante relativa, por subir a pie otra hora y media más de las tres que en principio se necesitaban.


El camino es, efectivamente, duro; pero a ello hay que sumar el peso del equipaje que portas y que te facilita la agencia. Éste es voluminoso, variado y pesado: botas bien grandes, pantalones y chaqueta para la nieve, forro polar, casco, guantes, prenda para deslizarte por la mezcla de hielo y nieve de la parte más alta en el posterior descenso, polainas, piolets para caminar sobre el propio hielo... A ello hay que sumar los litros de agua y la comida para no sucumbir a los esfuerzos del camino. Todo esto hace que cada paso sea un poco más difícil que el anterior, pero también a cada metro de ascenso la vista se va haciendo más y más impresionante.


y a donde quiera que mires no puedes dejar de observar y disfrutar de este inmenso cuadro que ofrece la visión de los Andes desde sus propias alturas.


Tras pasar las primera horas y dejar atrás esa fase inicial del ascenso, y tras realizar la primera parada para comer y beber algo, ves como, desde abajo, te vas acercando a la parte en donde el hielo comienza a ser el terreno que caracteriza tus pasos,


y, hacia lo más alto, siempre es el humeante cráter del volcán el punto más alto y meta final del trayecto.


Aunque el cansancio va dividiendo la "cuadrilla" inicial en varios subgupos en función de la resistencia, no hay momento en donde, momentáneamente parado para recuperar algo de aire, puedes dejar de impresionarte ante la magnitud paisajística que te rodea por todos lados.


Una vez se ha llegado a la parte en donde prácticamente lo único que encuentras es hielo sin ni siquiera mezclarse con algo de roca, se realiza una nueva parada para reponer y calzarse los piolets, o en otras palabras, hierros punzantes atados a las botas para no deslizarse al clavarse en el "suelo" y continuar el ascenso.


"Solo" un par de horas después de ascender esa última parte con gran lentitud y en constantes curvas en forma de zigzag para hacer más llevadera la gran empinación del final de la subida, terminas, con gran excitación, por llegar al mismo cráter. Desde este punto final del recorrido, las vistas terminan por dejar a uno petrificado ante la fascinación de lo que los ojos pueden llegar a captar.




Tras el merecido descanso llega el momento más excitante del día: caminar unos metros más alrededor del cráter para buscar el lugar en donde el inmenso vendaval que azota constantemente la cúspide lleve lo más lejos posible los gases terriblemente tóxicos que emanan del interior de la tierra. A duras penas encontramos un lugar donde el aire dañino nos permitiese acercarnos sin problema hacia el destino final. Ante la falta de aire por la altura y por el cansancio del ascenso, cada bocanada que aspiraba convertía mi reacción en pura tos. Pese a ello, no cejé en mi empeño y con mi mano taponando en la medida de lo posible mi boca y mi nariz para solo inhalar oxígeno me acerqué hasta el punto más cercano desde donde poder observar el interior del cráter que se hallaba unas decenas de metros más abajo.

Siento reiterarme, pero hay ocasiones en donde ni siquiera las palabras pueden describir tantas sensaciones. Ahogado, terriblemente ahogado por la toxicidad del ambiente, grabé este video en donde queda registrado lo que allí vi por primera vez en mi vida: en el interior del cráter, y tras esquivar las partes de la tierra que más gases emiten, logré ver lava incandescente en plena ebullición, en constante gorgoteo producido por los miles de grados de temperatura que existen ahí debajo y que increíblemente convierten la sólida roca en manipulable líquido sin ninguna resistencia. Hay un momento del video en donde la lava llega a un grado de calor tan grande que expulsa hacia arriba un chorro bien visible de magma ardiente que incluso llega a depositarse en una parte más elevada de donde se encuentra la lava:



Francamante, hay pocas cosas que me hayan emocionado tanto a nivel de espectáculo natural de la madre tierra. La Pachamama me tiene maravillado en este viaje. Me siento tan fascinado por todo lo que en este sentido estoy experimentando que definitivamente me niego a despertar de la ensoñación en la que me dejé fluir aquel día que me subí a un avión destino a América desde Barcelona.

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Por último, ya solo quedaba el descenso. Si habíamos tardado unas cinco horas en subir, ahora apenas necesitaríamos una y media para bajar. Lo más divertido es que hay unos cuantos tramos bien largos, particularmente al inicio del descenso, en donde pequeños surcos de hielo posibilitan el deslizamiento veloz, muy veloz, de tu propio cuerpo al echarte sobre el suelo. La sensación es como la de un tobogán de parque acuático, solo que no es diseñado por el humano, es totalmente natural y el agua aquí se encuentra solidificada...

En la bajada no te permiten hacer fotos ya que apenas hay paradas para poder hacerlo, así que no pude captar esas zanjas para mostrar aquí tan vertiginoso descenso.





Sin embargo, sí que encontré algo por la red que refleja perfectamente la esencia de la bajada. Hielo y adrenalina combinada en el descenso:




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Gracias de nuevo Taranta por recomendarme este increíble lugar del que no tenía ni idea de su existencia. Sin duda fue uno de los momentos que pasarán a ser de los más inolvidables del viaje.

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Desde Pucón tan solo tenía que pasar una larga noche en bus hasta llegar a Santiago, donde Conti, Lorena (ellas especialmente), German e Isa (ella en verdad desde Valparaíso) ya hacía días que me esperaban con impaciencia organizando todo lo que podría hacer en una ciudad tan histórica como la que horas después iba a pisar.

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Nota final: Andrea, este día pensé consantemente en tí deseando llegar lo más rápidamente al pueblo para poder llamarte y que no fuese muy tarde en Europa. Aunque el móvil lo tuvieras apagado, aunque ya te lo dije por mail: FELICIDADES ENANA. QUE SEAS MUUUUUY FELIZ EN TUS BELLÍSIMOS 17 AÑOS.
Te quiero mucho, hermana.

domingo, 9 de mayo de 2010

Purranque. Calma de pueblo y hospitalidad extrema.

Villa la Angostura - Purranque - 180km (más de Purranque a los Saltos del Petrohué - 300km - Total: 16.510km)


Ver Villa la Angostura - Purranque (180km) en un mapa ampliado


Y por fin llegué de nuevo a Chile para comenzar a reencontarme con los amig@s que tengo aquí y que conocí años atrás en Barcelona. Ell@s ahora, por un motivo u otro, se encuentran de vuelta en su país, y en mi viaje no podía dejar pasar la oportunidad de volver a verles.

Mi primera parada fue Purranque, este pequeño pueblo del interior continental chileno de apenas veinte mil habitantes. El lugar en sí no tiene mucho que ofrecer al ávido turista, pero mis únicas intenciones allí eran volver a ver a un buen amigo de la Barcelona nocturna, la canalla, que marcó el entorno donde nos conocimos.

Cristian, el Taranta, me esperaba junto a su madre en la parada del autobús que me traía desde Argentina para dejarme a las afueras de su pueblo. Aunque lo inminente del reencuentro era más que obvio, nuestras caras no dejaron de mostrar una perplejidad absoluta desde que me bajé del autobús y hasta que recorrí las decenas de metros que nos separaban para darnos un efusivo abrazo entre vacilantes gritos del estilo:

- ¿Pero qué hacei en Purranque, Huguito?. ¡Increíble!

- Pues vine a verte, ¡cacho cabrón!


De verdad que ninguno de los dos terminábamos de creernos que finalmente fuese yo el primero de Barcelona que teminase por ir visitarlo.

En los días que pasé en su casa pude conocer a su madre y abuela. La acogida que me dieron fue simplemente inmejorable. Pocas veces en mi vida he recibido una cordialidad y una hospitalidad tan cálida como en esta casa. Entre Marianela, su madre, y su entrañable abuela, no me permitieron siquiera ayudar un poco para hacer la mesa a la hora de comer o fregar un mísero vaso. Desde el primer instante imposibilitaron que me sintiese como un extraño en casa nueva (justo lo que era) y casi parecía que, exagerándolo un poco, me hallaba en una pensión donde me ofrecían servicios a cambio algo. Pero no. Nada más lejos de la realidad. Resulta que simplemente tuve la inmensa suerte de haber llegado a una casa muy acogedora donde la familia que habita en ella es tan buena gente que son capaces de ofrecerte incluso con esmero todo lo que tienen sin que, ni de lejos, esperen en lo más mínimo recibir absolutamente nada a cambio.

El encanto con que me trató la abuela del Taranta -ese rostro sin arrugas a sus increíbles ochenta y cinco años acompañado de su incesante sonrisa que, para mí, solo agrandaba la amabilidad con la que siempre me trató y la curiosidad con la que me trasladó por mi procedencia y por mi famlia-, la preocupación con la que su madre me ofrecía cualquier cosa que me pudiera apetecer, el deseo constante con el que el mismo Taranta trataba de que me sintiese como si estuviese en mi casa ofreciéndome ésta tantos días como quisiese... La verdad es que me quedo con una gratitud enorme del recibimiento que todos me dieron.

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Como en Purranque no existen lugares donde fascinar al turista, un día cogimos el auto de Marianela y nos dirigimos hacia el lago Llanquihue, pasando por Puerto Varas, hasta llegar al lago Todos Los Santos. Justo en medio se encuentra un rincón increíble: los saltos del Petrohué, justo al costado del inmenso Volcán de Osorno.

Aunque el día estuviese nublado y algo lluvioso, lo cual imposibilitaba ver con exactitud la magnitud del volcán desde el otro lado del lago,


si que pudimos apreciar con tremendo asombro (el Taranta por vigésima vez) la espectacularidad del lugar.



Tras apreciar incluso la fauna que puedes ir encontrando en el camino


llegamos hasta nuestro destino. Luego de comenzar a caminar un poco hacia el interior de la vegetación que inunda la zona, fuimos pasando sobre pequeños riachuelos donde, desde arriba, se podían apreciar con increíble nitidez las enormes truchas que nadaban plácidamente más abajo.


Según nos acercábamos, el estruendo insistente con que la poderosa fuerza del agua golpeaba las rocas volcánicas comenzaba a dominar todo sonido ambiente. Cuando por fin llegamos a los saltos el asombro que sentí por el espectáculo fue mayúsculo:


Enormes hectolitros caen sin descanso por los pequeños huecos que la caprichosa lava del volcán fue dejando tras su última erupción en mil ochocientos sesenta y nueve. La violencia y velocidad con la que el agua avanza y erosiona el entorno es simplemente asombrosa.


Una vez más, decidí que la mejor forma de trasmitir las sensaciones que me dejó este entorno era grabar un video que, payasadas a parte, puede reflejar mejor que las fotos donde me hallaba realmente:




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A los pocos días de haber llegado decidí continuar mi rumbo hacia un destino que desconocía pero que tanto Taranta como su familia se encargaron de recomendarme fervorosamente si de verdad en mi viaje no existe prisa alguna, tal y como realmente sucede. En Pucón iba a vivir otra experiencia brutal en relación directa con la naturaleza, pero eso será en la siguiente entrada...

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Familia: muchísimas gracias por la increíble hospitalidad con la que me acogieron. De verdad que nunca me voy a olvidar del buen trato que recibí. Espero que ningún francés loco, ni nadie en el mundo, pueda perturbar lo buenas personas que son.



Taranta, gracias mil por el recibimiento. Me alegro mucho de haber conocido tu tierra y tu gente. La amistad continúa.



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Desde ahí y hasta Pucón solo necesitaba unas cinco horas de bus para recorrer los doscientos setenta kilómetros de distancia que hay entre ambas poblaciones...