miércoles, 27 de enero de 2010

Ahora si. No hay vuelta atrás. Billete comprado.

Seis de marzo 2010, Barcelona, Aeropuerto de El Prat, 10h de la mañana. Hugo con cara de no haber dormido, mochila a la espalda, se sube al avión que simboliza el comienzo del Sueño Real.
Seis de marzo 2010, Buenos Aires, Aeropuerto Ezeiza, 19,15h de la tarde. Hugo con cara de niño ilusionado, mochila a la espalda, inicia pie en tierra el olvido del ensoñamiento y transforma en realidad lo que tantas veces visualizó en su imaginación.


Llevo quince años con la idea en la cabeza, pero solo meses dándole vueltas a plasmarla.

Allá por el verano pasado, y tras un intento frustrado de marchar a México, se presentó ante mi la posibilidad, por primera vez en la vida, de dar todos los pasos necesarios para convertir en "Sueño Real" esto que ahora no tiene vuelta de hoja, que ya es un hecho.

En aquel mes de agosto, y en en el silencio más sepulcral, comenzé a plantearme que, si lo miraba fríamente, no tendría por qué suponerme un esfuerzo demasiado grande romper con seis años de mi vida dejando atrás una ciudad con la que me identifico plenamente, Barcelona, esa que tanto me ha dado y a la que tanto debo. La Barcelona del multiculturalismo, la Barcelona del Raval cosmopolita e inmigrante que tanto amo, la Barcelona canalla y underground que viví.
Seis años intensos, en donde pude experimentar el amor y su opuesto, el desamor. La Barcelona donde también pude vivir el sexo más esporádico y que tanto reconforta, a pesar de los pesares.
Seis años que dejaron en mi experiencia el no tener para llegar a fin de mes y su opuesto, el tener demasiado y no saber en qué gastarlo.
Seis años de mil amistades que las tengo como si fueran de siempre.
Seis años de encontrarme con gente maravillosa (aquí no hay opuestos, de las personas solo recojo lo positivo), que, si bien la física lo impide, sé que me las llevo conmigo en este viaje que en poco más de un mes comienzo.
Seis años de Barcelona con sus encantos y sus miserias. Barcelona también se viene conmigo.

Las semanas fueron pasando y esa primera idea fue tomando forma. "¿Por qué no?", era la pregunta que me hacía. ¿Qué ataduras podían ser tan fuertes como, en este momento de mi vida, impedirme cruzar de una vez el charco? Sin pareja, sin hipoteca, sin coche, sin más facturas que lo que consumía al mes. "¿Por qué no?". Sin ataduras afectivas (l@s amig@s, si lo son, lo serán siempre). "¿Por qué no?". Sin más compromisos materiales que una casa de alquiler y un trabajo. "¿Por qué no?". ¿Qué es lo que realmente tengo que perder? ¿Y qué es lo que puedo ganar?.
La respuesta se me presentó cada vez más clara: "Ahora, Hugo. Ahora o nunca". A los 31 años no eres ni un crío ni muy mayor. Es el momento.

Y las semanas siguieron pasando hasta que ya estaba todo decidido. Informé a mi familia, a mis amig@s, al trabajo. "Gente, voy a seguir buscando mi felicidad". No huyo de nada, solo sigo buscando. El afán de conocer e identificarme con Peter Pan, ese niño eterno.


Pero...¿y qué pasa con todo lo que dejo atrás en mi Barcelona?

Ciertamente, marcho una ciudad que amo a rabiar y que me ha dado más de lo que fui buscando al encontrarla. Pero también dejo atrás la insignificancia de lo material y que, por lo que no paro de escuchar, a tanta gente le choca: ¿es tan difícil entender sin temor a las consecuencias el hecho de dejar una buena y económica casa, un buen trabajo que me permitía vivir solo..., en suma, una vida llena de facilidades materiales?
¿Es tan difícil si la decisión que se toma es cumplir el sueño de una vida?

Aunque las muestras de apoyo han sido casi unánimes, también he notado mucho temor en las reacciones en forma de mirada de los "receptores" de la decisión tomada. Una buena amiga me dijo que esa expresión es el miedo. Miedo a romper con toda la seguridad económico-material que nos hemos ido creando y que esta sociedad trata con rotundidad de asociar a la felicidad. Miedo a romper el ascenso de estatus laboral y social al que nos dicen que hemos de aspirar. Miedo por todos lados. Los mismos miedos que nos esclavizan a un trabajo, a una casa, a una hipoteca, a un coche, a una relación que a lo mejor ya se convirtió en monótona pero nos sigue dando miedo escaparnos de "ella". Miedo a la soledad.
Miedo a perder las posesiones adquiridas o las relaciones afectivas. Miedo. Miedo.

No tengo miedo. Esa reacción, que aunque no comparto puedo entender, está totalmente suplida por otras mucho más constructivas: la ilusión, la esperanza, el anhelo por conocer.

Un día leí en las palabras de algún viajero la enorme emoción que provoca llegar a una ciudad nueva, a un pueblo donde nunca has estado, a una nueva playa o montaña, a cualquier sitio que desconocías. Esa sensación es la mejor del mundo, la que supera vitalmente a todas las demás. ¿Cómo puedo tener miedo si es lo que más me llena en esta vida?

Esa es para mi la felicidad. Y ahora voy en busca de ella.

Ahora que ya tengo mi billete, comienza en mi interior una fase de nerviosismo incontrolado ante la inminencia de lo que viene. No me lo creo, pero en verdad llevo allí muchos años.

América, ya voy, ya te tengo, ya me tienes.