martes, 29 de junio de 2010

Rosario. Dos semanas en familia. Villas miseria y el mundial en Argentina.

Nota inicial: Con muchísimo retraso, retomo por fin el blog. Últimamente, y de forma casi inconsciente, me he dedicado más a vivir las experiencias del viaje que a transmitirlas, algo que seguro resulta bastante comprensible en esta situación en donde los días, la gente, y los lugares, se suceden tan rápidamente que uno no puede abarcar todas sus expectativas de sentir y plasmar. Hoy encuentro ese hueco y esa energía, tan necesaria para escribir tantas cosas que me están pasando y que, con el suceder de cada una de ellas, están convirtiendo este SueÑo ReaL en la mejor etapa de mi vida. Pero retrocedamos casi dos meses en el tiempo, justo cuando llegaba a Rosario...

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Córdoba - Rosario - 420 kms (Total 20.450 kms)


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Tras la buena vibración de Córdoba y sus gentes, me dirigí a una nueva etapa del viaje en esta Argentina que tanto me atrapa.

En Rosario me esperaba la familia de Agustina, mi grande, grandísima amiga de Barcelona. Si su enorme belleza externa se convierte en minúscula comparada con su belleza interna, lo que me transmitió su familia tan solo confirma que la bondad, la inteligencia, el compromiso, el arte, incluso el amor, es lo que emana en cada esquina de esa enorme casa.

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Cuando, tras subir a un taxi en la estación de ómnibus, ya de noche, me dirigí hacia la casa de Agus, el chófer se equivocó y me dejó una cuadra antes de la dirección que habíamos hablado. Con mi mochila a cuestas, miré el número de la calle en que me encontraba medio confundido al no coincidir con el que buscaba. En ese momento, una mujer pasaba junto a mí, absorta ella en sus cosas y perdido yo en los números. Nuestras miradas se cruzaron. Ambos reaccionamos de forma similar: "Yo te conozco pero no puedes ser tú". Así que, inexplicablemente, nuestro mutuo examen, suspendido en primera instancia, quedó en un rápido retorno a la "actividad" anterior.

Sin embargo, volvimos a coincidir en el pensamiento: "¿será él/ella?. Volvimos a encontarnos con la vista. Expresión de duda, ceño fruncido en actitud interrogante:

- ¿Vos sós Hugo?

- ¿María? ¿La mamá de Agus?.

Abrazos y sonrisas.

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Rosario es una ciudad clave en la historia de Argentina. Más allá de su importancia económica por el paso diario de toneladas y toneladas de mercancías en el puerto a orillas del río Paraná, a pesar de ser actualmente la tercera ciudad más poblada del país tras Buenos Aires y Córdoba, aunque empatice con ella por haber tenido en la primera mitad del siglo XX los movimientos anarquistas más importantes de todo el Estado, Rosario lleva su nombre escrito en la Historia porque acá, en el mil ochocientos doce, el General Belgrano enarboló por primera vez la bandera de la nación argentina, consagrando así su independencia.

Rosario es la "cuna de la bandera", y como tal, su monumento más importante es el que lleva el mismo nombre:

Monumento a la Bandera:





Iluminación nocturna. Foto tomada justo el Día de la Bandera, el veinte de junio:


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Los días en Rosario iban a transcurrir bien tranquilos, compartiendo casa y familia con esta gente de la que tanto aprendí y con la que tanto sentí. En ese hogar enorme, pleno de rincones bellísimos,



también me reencontré con Antonela, una de las tres hermanas de Agus que también había visitado Barcelona junto a su pareja, Diego, hace unos años compartiendo con nosotros playas y fiestas.

Sin embargo, allí también vive Estefanía -otra de las preciosas hermanas de Agustina, y que junto a Belén, la más grande, terminan de conformar sus vínculos fraternales-. Cuando nos conocimos, ni Estefi ni yo podíamos imaginar lo que pasaría unas semanas después, aunque ya me estoy adelantando bastante en el tiempo y conviene respetar la cronología de lo vivido.

Cuando la conocí, cuando di con ella el primer paseo por Rosario, comenzó a intrigarme muchísimo. Artista iconoclasta en todo el significado de la palabra, pintora de muros callejeros, dominadora de la técnica del "esténcil" o estarcido (consistente en el estampado de dibujos sobre una superficie utilizando un molde realizado, por ejemplo, con chapa), realizadora de talleres, autora de documentales... Aparte de eso, mi interés crecía mientras la conocía por su forma de quedarse ausente en medio de mucha gente. Aunque el cruce de nuestras miradas no durase más de medio segundo por culpa de la tierna y maldita timidez, yo no podía dejar de observarla. Esa forma de partir a su mundo justo cuando la conversación de varias personas invitaba a que todo el mundo participase me cautivaba cada vez más.

Otra de las cosas más sorpresivas de esta niña fue su predisposición a las artes peluqueras. No se bien porqué, pero el echo de llevar diecisiete años con el mismo look, el no tener la necesidad de mantener una imagen para conseguir o mantener un trabajo, y vete a saber qué cosas más, me llevaron a decirle a Estefi:

- Me rapo casi cada dos semanas, pero ¿me lo cortas tú y me haces una cresta? Si no me gusta, me la corto y chau.

Con su sonrisa me dijo:

- Dale.



Y me gustó tanto que dos meses después aquí sigue...

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También en Rosario recibimos una visita especial. Noemí, una gran amiga de Agus (aunque felizmente ahora también mía), suiza trotamundos con múltiples paradas en Barceloka, paseaba por el continente hasta reencontrarse en Buenos Aires con Chelo, su pareja, otro nómada bohemio "atrapado" los últimos meses en África. Tras varias semanas con la familia de Chelo decidió acercarse a Rosario aprovechando que yo también andaba por aquí.


Fueron unos días, como en verdad todos los de Rosario, cargados de múltiples conversaciones, especialmente con María, sobre Barcelona, loca y adictiva; sobre Agustina, un diamante en bruto a la que se le ruega volver al lecho aunque ella se aferra a su decisión como una tigresa; sobre el machismo, a veces tan aceptado en la inconsciencia; sobre la pobreza y las villas miseria que esos días visitaríamos; sobre Argentina, tan grande y tan usurpada; sobre el mundial que estaba por comenzar y el rosarino Messi...

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Como ya he comentado, cuando allá por marzo comencé el viaje lo último que pensaba era que, en pleno junio, aún seguiría en Argentina. Como este país me ha cautivado del todo, lo último que sentí, lo que nunca he sentido, es angustia o desazón por retrasar mi plan temporal de inicio. De hecho siempre comento esta situación sin parar de sonreir.

Así, aunque creí que el mundial lo vería en Perú o Ecuador, me ha alegrado mucho verlo en un país donde el fútbol se eleva a la categoría de religión. Si no pude ver una barra en la cancha, al menos he vivido junto a su pueblo la pasión extrema, absolutamente desmedida, con que acá se le da bola al deporte rey.



Aunque el primer partido de España lo presencié junto a Noemí, y aunque los suizos nos ganaran injustamente (con la consiguiente mofa que me cayó por todos lados) yo quería ver cómo se vivía un partido de la selección argentina. Los primeros partidos los ganaron con tanta holgura que, atrapados en la irracionalidad del deporte y en el delirio entusiasmado que el fútbol supone, muchos se estaban viendo, anticipadamente, en la final...

Otro de los aspectos que quise obervar es lo que sucede en las calles en medio de un partido del seleccionado. Pero, ¿qué iba a pasar? Si no solo jugaba la selección, no solo era el mundial, es que además el equipo lo estaba entrenando el mismísimo D10s, Maradona. Obviamente, en las calles no pasaba nada, nada de nada...

Av. Pellegrini, arteria importantísima de la ciudad, pocos minutos después de comenzado el encuentro:


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En alguna ocasión también mencioné uno de los grandes motivos por los que decidí dar este paso y realizar el viaje. La posibilidad de encontarme con personas que dedican su tiempo y su esfuerzo a cooperar con los "descastados" de América, con los "sin clase" de este continente víctima de la usurpación y el robo del primer mundo desde el salvaje colonialismo español y hasta la brutal impunidad con la que el expolio continúa hoy en día a través de las multinacionales procedentes del norte, el deseo de tener esta experiencia, esta ansia de aprender de ellos, ha sido, es, y seguirá siendo una de mis metas. Mi interés en este sentido crece tanto con el transcurso de mis vivencias que cada vez dudo menos de que mi futuro va a estar ligado a aquí.

La pareja de María, Babi, lleva años trabajando en las villas miseria de Rosario. Aunque no creo que sea necesario explicarlo, las villas miseria son lo más parecido a las favelas brasileñas, los slum en India, o los poblados de chabolas en España.

El proyecto que Babi supervisa arquitectónicamente está en parte sufragado por la Municipalidad y en parte por el Banco Mundial. No se asusten, mis lectores: así la institución que regula la economía mundial perpetuando la riqueza de unos pocos a costa de la miseria del resto del planeta se garantiza el pago de la deuda externa argentina.

-Te ayudo a cambio de que me pagues lo que yo te impuse en mi carpeta del "debe" y el "haber"- podríamos decir.

Así funciona la democracia primermundista, la misma que crearon los griegos hace venti-cinco siglos a base de esclavos.

La formación de las villas tiene su origen en las migraciones masivas de gente del campo, tanto del propio país como de inmigrantes, hacia la ciudad. Su ausencia total de recursos les llevó a asentarse junto a las vías del tren (en ocasiones absolutamente pegadas a ellas, a menos de un metro) sobre un terreno de propiedad pública en donde las chapas hacen de paredes y los laberínticos pasadizos entre chabolas hacen de cloacas. Cuando uno oberva la forma en la que allí se vive con sus propios ojos, se le cae el mundo encima. Es un lugar donde los niños descalzos enferman sin higiene hasta tener una tasa de mortalidad infantil cercana al 1%. Hablamos de barrios en donde la marginación convive con la violencia, el alcohol, la merca (cocaína) y el paco o pasta base -una mezcla hiperadictiva, baratísima y mortal de múltiples drogas y productos químicos que, al fumarse, aniquila toda la actividad cerebral en menos de seis meses-.

Las villas han permanecido mucho tiempo olvidadas por el miedo a tratar con el peligro que adentrarse en ellas implica. Sin obviar la bondad de tantísima gente que allí vive, la violencia llega al punto en donde el valor de la vida tiene un coste cero, y en donde la "justicia" se lleva por cuenta propia. En una de las que pudimos visitar, pasamos por delante de una casa arrasada por el fuego provocado en venganza por la reciente muerte de un hincha de Rosario Central, asesinato pertrechado por un seguidor de Newell's -los dos equipos cuyos enfrentamientos suponen el derby rosarino-. Ese fue el motivo del crimen, simpatizar por un equipo. Y esa fue la justicia contra toda la familia que allí vivía, quemar su casa.

Para entrar en las villas, sobretodo siendo ajeno incluso a los que allí trabajan, se ha de hacer con sociales (trabajadores de la Muncipalidad), en horas de la mañana, y entre semana. En cualquier otro momento es arriesgarte a algo más que un simple robo de todo lo que lleves.

Incluso en una de las villas que visité, y en donde apenas aún puede verse el trabajo que este proyecto trata de llevar a cabo por el poco tiempo que llevan laburando acá, no solo vinieron con nosotros los trabajadores sociales cumpliendo los requisitos de las horas del día y los días de la semana: dos policías uniformados eran totalmente necesarios como compañía para enseñarme el barrio. Creo que son datos suficientes. Ellos me trasladaron que el único motivo porque no percibí sensación de inseguridad es porque la cana (la 'poli') estaba junto a nosotros.

El proyecto que, junto a María y Noemí pude conocer gracias a Babi, con quien siempre estaré agradecido por dejarme aprender tanto en esos días, consiste en varias fases. En primer lugar se trata de reorganizar la caótica y absolutamente desordenada distribución urbana de las casas y calles para tratar de respetar el trazado ordenado de los barrios colindantes. Sobre el plano se trazan lo que han de ser las futuras calles, y, con infinita paciencia, se les traslada a los afectados por la inminente expropiación que van a ser realojados en casas de nueva construcción en otra villa, ésta ya, previa planificación, creada con el orden urbano que se trata de conseguir y mantener.

Plano de la villa de Molino Blanco (sobre las calles más anchas solo había laberintos de chabolas):



Trazado actual tras años de trabajo:


En una segunda fase, se trata de mejorar el saneamiento y alcantarillado del barrio. Lentamente, los trabajadores van creando fuera de cada casa, en un patio exterior, baños y cocinas con desagüe directo al conducto que se instala en la calle y, por primera vez, bajo tierra.

Ésta es la idea básica del proyecto: lógica urbanística y saneamiento de la villa. Sin embargo, los problemas nunca dejan de surgir. Hay que tener en cuenta que la creación y destrucción de las casas es un proceso constante, y cuando no sucede que en una calle ya trazada y terminada los habitantes de una casa agrandan el perímetro de ésta hasta invadir la vereda (acera), entonces es por otro lado de la villa donde ésta vuelve a crecer a "su antojo" y se invaden los espacios donde ya se ha trabajado previamente. El caos que las caracteriza es constante. Sus habitantes llegan incluso a ocupar las iglesias porque allí ya tienen techo y así no tienen que hacérselo ellos.

En otro barrio, el de Itatí, también pudimos obervar cómo son los casas de nueva construcción para los expropiados de otras villas. Para poder enseñarme este barrio, Babi tuvo que dejar su moto en casa de un villero que medio conocía a cambio de unos mangos (pesos) para no perderla.

Fuera de esa casa, antes de volvernos, conocimos a dos niñas muy risueñas y tímidas en un principio, pero que cuando se soltaron no pararon de reír junto a nosotros. Aunque Babi y María me trasladaron que tuviera cuidado con hacerles fotos ya que ese método se ha usado en el pasado como paso previo a secuestros "a la carta" en las propias villas, al final decidimos correr el riesgo de pasar algún mal momento en caso de que nos viera algún familiar. En cualquier caso, junto a Babi y la soltura con la que se maneja en estos barrios uno no sentía tampoco estar "bajo riesgo".

Finalmente nuestras nuevas amigas no solo accedieron a posar para la foto,


sino que además agarraron mi cámara e hicieron ellas muchas fotos más (no sobra decir que hasta con buen sentido del encuadre).

Noemí, Babi, María y servidor, con las casas del barrio al fondo:


En total fueron hasta cuatro las villas que visité junto a Babi y María (la última, la de La Cerámica, motivó que me quedase un día más en Rosario, afortunadamente) . No se si aquí puedo reflejar todo lo que aprendí, pero por este medio sí que puedo volver a reiterarles lo enormemente agradecido que estoy por dedicarme su tiempo y hacerle aprender tanto a este turista inusual que se mete en las villas con la consiguiente estupefacción de los que allí trabajan.

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En Rosario también tuve la oportunidad de visitar sus parques, como el de Independencia,




y conocer a los amigos de mis nuevos amigos, como Anto -gracias mil por lo compartido, mi niña, tienes un corazón demasiado grande- y Chili:


Tanto Chili como el Negro conviven en la casa de María y su familia. Con éste último, y a pesar de su esguince, nos vimos irremediablemente obligados a agarrarnos una joda terrible en un boliche (pub) de tres plantas. Fue una noche tan divertida como estimulante...


En mi alterada percepción de esa noche, a la vuelta a casa, me hice algunas fotos de locura nocturna callejera,


aunque lo mejor, o por lo menos lo más emotivamente divertido, fue cuando Alonso vino a recibirme al llegar y, al verlo, me entró una morriña enorme de Aday. Alonsito, gracias por hacerme el aguante, ché.


No quiero terminar la entrada sin poner algunas fotos más que terminen de reflejar lo vivido en esta ciudad en la que tanto aprendí. Son estampas callejeras donde la bruma matutina provocada por la cercanía del río me sorprendió en más de una ocasión,


o donde el vendedor de churros ambulante no parece que le vaya bien el negocio ya que es de intuir que él solo termina con lo que vende...


Y, por supuesto, no podía faltar una imagen atrapando el atardecer al costado del lugar más emblemático de la ciudad y el que mi amiga Agustina tanto adora, el Río Paraná:


No sobra tampoco mencionar que, en la ciudad donde nació Ernesto Guevara, no es solo una tímida estatua en un descuidado parque lo que nos hace recordarlo...



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Los dos últimos días en Rosario fueron muy especiales para mí. Tuve la oportunidad de pasar más tiempo junto a Estefi y ganar algo de confianza para poder transmitirle la enorme curiosidad que sentía por ella, y por lo cómodo que me hallaba a su lado. Juntos paseamos, compramos regalos, comimos, tomamos café... Fue una tarde que no quería que finalizase nunca. Me di cuenta de que quería más, mucho más. Sin embargo las circunstancias imposibilitaban que eso que en aquel momento empezaba pudiera continuar. Utópicamente le propuse una invitación: viajar conmigo cuando quisiese, estaba convidada. Lo que ninguno de los dos sabíamos es que dos semanas después los vientos cambiarían y se harían favorables para que ella aceptara la invitación...

Con Estefi, en el galpón (aún sigo abrazado a él), frente a una de sus creaciones urbanas.


Dibujando le hice muchas fotos entre las que destaco esta preciosidad. Me encanta:


Si alguien la quiere visitar, aunque me va a matar por ello, aquí está:


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Agustina, negrita mía, gracias mil por abrirme, desde la distancia europea, las puertas de tu casa. Rosario ha sido donde, hasta ahora, más he aprendido en el viaje. Como también sabes, es donde más he sentido y donde he podido cultivar algo muy lindo. Te quiero mucho, negra.

María, gracias, millones de gracias, por tratarme tan bien aunque no me dejases fregar los platos. En tu casa me he sentido demasiado cómodo para sentirme un extraño con gente que no conocía. Gracias mil a toda tu familia, a tus hijas, a tu madre por hacer esas comidas tan ricas...¡¡¡GRACIAS!!!

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Tras Rosario, otro gran amigo porteño, Leandro, se "acercaba" a Buenos Aires para acudir al setenta cumpleaños de su viejo. Era un gran motivo para volver a la capital teniendo en cuenta que solo estaba a cuatrocientos kilómetros...


lunes, 21 de junio de 2010

Córdoba. La mejor onda de Argentina

Santiago de Chile - Córdoba, Argentina - 1450km (Total 20.030km)


Ver Santiago - Córdoba - 1450km (Total 20.030km) en un mapa más grande


Tras salir nuevamente de Santiago, dieciocho horas de ómnibus me llevaron de retorno a la Argentina, concretamente hasta la segunda ciudad más importante del país, y probablemente junto a la población más divertida y risueña dentro de éstas fronteras: Córdoba.

Hace tres años, en Barcelona, un buen amigo cordobés, Dieguito, recibió la visita de dos de los impresentables de sus amigos de la infancia, Vene y Fabri. Hace ya algún tiempo que Vene hizo ese viaje varias veces, y hoy se encuentra al otro lado del charco compartiendo piso en el Raval con el propio Dieguito. Sin embargo, Fabri continúa acá, y nadie mejor que él para recibirme en esta entrañable ciudad.

La primera noche, nada más llegar, arreglamos para vernos. Cuál fue mi sorpresa al llegar al bar donde habíamos quedado y encontrarme no solo a él y varios amigos, sino que poco a poco iban llegando más y más. Fabri había convocado a todo el mundo con la única excusa de darme la bienvenida. Yo, realmente, alucinaba con el recibimiento.

Se que quedará muy pomposo, pero puedo asegurar que ese grupo de amig@s son una gente increíble. Su trato es demasiado fácil, su cercanía es inmediata, su amabilidad es extrema y su buen humor es constante. La suma de todo esto hizo que me cautivaran desde el primer momento.

Recuerdo mi estupefacción cuando, a la hora de pagar esa cena y sus correspondientes cervezas, quien escribe hizo el gesto de sacar la guita del monedero para pagar su parte y prácticamente todos, al unísono, aclamaron:

- Ché, ni se te ocurra intentarlo. Vos sos invitado, ¿cómo vas a pagar?

De verdad que ni pude insistir en que repartiésemos la plata a pagar por cabeza.

De izquierda a derecha, y de arriba a abajo: Julieta, Carol, Fabri, Luciana, Carly, Cari, Fede, servidor, Moni y Fernando.

El broche de oro a tan sorprendente bienvenida fue cuando llego Moni y enseguida comenzamos a hablar. Casi al cruzar las primeras palabras ya me preguntó donde me hospedaba. Le dije en el hostal donde ya había dejado mi mochila y pagado la primera noche. Ella, sorprendida, respondió cómo es que con toda le gente que había en la mesa podía ser que estuviese en un hostal. Yo, sin saber muy bien que responder, dije, en voz baja, que nadie me había invitado.

Pues, efectivamente, la semanita que pasé en Córdoba, excepto esa primera noche en aquel hostal, tuve la suerte de dormir en el sofá de casa de Moni, a quien siempre estaré re-agradecido.

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Córdoba es una gran ciudad, la segunda más grande y populosa (casi un millón y medio de habitantes) de este gigante país. De entre los numerosos sitios que se pueden visitar, en el centro histórico destaca la arquitectura heredera de los jesuítas que hace siglos poblaron Córdoba incrementando con ello la importancia que siempre tuvo la ciudad en la geografía argentina. De hecho, hoy en día perduran, de alguna manera, los conflictos verbales con los porteños por destacar cuál es la ciudad más importante del país, tanto en la historia como en la actualidad. Ciertamente, en todo el país existe un clara intención de diferenciar al porteño del que no lo es en un actitud que traspasa las fronteras (hasta en mi micro isla tinerfeña están mal vistos los que somos de la capital urbana, Santa Cruz...).

Pero volvamos a Córdoba. Paseando por sus calles la verdad es que encuentras rincones muy lindos, pero esa belleza aumenta cuando desaparece la luz diurna y son los focos los que se encargan de embellecer las partes más emblemáticas, como la cañada que atraviesa la ciudad.



Así, si durante el día no puedes dejar de visitar el Parque Sarmiento para tomar unos mates,


a la noche se hace imprescindible sentarte un rato frente a la fuente que se ubica al costado de la antigua cárcel de mujeres -hoy llamado el Centro del Buen Pastor y actualmente reconvertido en complejo cultural, turístico y recreativo-.


De la misma forma, uno puede comprobar perfectamente esta distinción en la belleza arquitectónica de la ciudad en función de la hora del día cuando pasea por el centro y obervar la Plaza del General San Martín de día,


o de noche.

Ciertamente, la belleza de la Catedral, junto a las construcciones de la "manzana jesuítica" que se halla junto a ella (y que comprende iglesias, colegios, universidades, y demás complejos religiosos,) adquieren gran vistosidad con la iluminación que se le dio recién con motivo del patriótico bicentenario.




Hasta el Teatro acá se llama San Martín...

No me equivoco al afirmar que Córdoba, a la noche, es precioso.

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Como no todo es urbe, me informé las posibilidades que existían para conocer los alrededores de la ciudad. Así descurbí que cerca de Córdoba se encuentra su famosa sierra con múltiples visitas y "trekkings" disponibles. Me decanté por el cerro de Los Gigantes, sobre el cual me trasladaron las serias posibilidades de ver cóndores...

Dicho y hecho. Cuando, tras el madrugón, llegamos hasta la base del cerro, el guía nos dijo que, dada la ausencia de viento y nubes, era muy probable que aquel día tuviéramos la suerte de poder divisar sin muchos problemas tan majestuoso animal. Él no sabía que aquel día iba a ser muy especial no solo para los turistas que, cámara en mano, esperábamos la aparición de esta ave mítica, sino que para el guía mismo también estaba por aproximarse una gratísima sorpresa.

De esta forma, con visibilidad total y ausencia de viento, comenzamos el ascenso hasta el cerro.


Cuando no llevábamos ni diez minutos caminando el guía avistó algo en lo alto:

- ¡Chicos!. Miren arriba. ¡Allá se ven dos!

No es que hubiésemos tardado poco tiempo en divisar alguno. ¡Es que nada más comenzar ya vimos dos! Las sonrisas de satisfacción que teníamos, unida a la ilusión por irnos acercando hasta las alturas donde planean, eran quienes estaban guiando nuestros pasos.

Continuábamos el ascenso y los cóndores seguían apareciendo. Realmente estábamos viendo bastantes, y cada vez más cerca. El guía comenzaba a sorprenderse a pesar de trabajar subiendo al mismo cerro unas tres veces por semana...



Más allá de los cóndores, es necesario comentar la belleza del lugar. Aunque las fotos, como casi siempre, dicen algo por sí solas, en mi memoria se establecía constantemente una asociación de ideas entre la sierra que tenía frente a mis ojos y una de las montañas más míticas en las que estuve, la Montserrat barcelonesa:



El tiempo pasaba mientras el final del ascenso se acercaba. Caminando entre cerros,




deleitándonos con la vista que surgía ante nuestros ojos al mirar atrás,



observando desde lo alto la gran cantidad de metros que habíamos ascendido,


apreciando las curiosas formas de las rocas cuando, con la erosión del paso de los siglos, dibujan con sorpresa algún rostro humano visto de perfil,



o traspasando pasadizos a primera vista impracticables,



por fin llegamos a lo alto del cerro.



Tras comer algo y descansar las horas de subida, algún presumido pájaro también reclamaba su derecho a ser observado en torno a nosotros.



Sin embargo, está bien claro que en lugares como éste son los cóndores los auténticos protagonistas. Al estar ya en la altura donde más cerca se pueden ver, y tras haber avistado aproximadamente una docena durante la subida, lo mejor estaba a punto de suceder. Mientras comíamos, uno de mis compañeros de caminata gritó, mientras señalaba con su brazo totalmente extendido hacia mis espaldas:

-¡Miren allá! ¡Ahí vienen muchos!

Todos nos dimos la vuelta. No solo venían unos cuatro o cinco de golpe, sino que además ¡venían hacia nosotros!

Solté el bocadillo a toda velocidad, y con tembleque nervioso saqué la cámara pensando que no me iba a dar tiempo de tomar la foto que todos buscábamos: un cóndor a escasos metros. Y, lamentablemente, así sucedió. Su planeo aprovechando las corrientes de aire que suben montaña arriba los hacen desplazarse a una velocidad vertiginosa para nuestras humanas y terrestres mentes. El cóndor más cercano estaba a punto de pasar a nuestro lado y yo aún quitaba la cremallera de la funda de mi cámara. Si digo la verdad, en ese momento me importó muy poco. De hecho dije:

- ¡Da igual! ¡Prefiero disfrutarlo con la vista!

Y el cóndor pasó...

Sin embargo, cuando los vimos alejarse, una nueva corriente de aire de otro cerro cercano les hizo variar su dirección para...¡volver hacia nosotros! El guía ya alucinaba del todo. Muy pocas, poquísimas veces como luego nos reconoció en el coche de vuelta, había visto tantos cóndores, y mucho menos tan cerca, pero menos aún volviendo a acercarse tan rápidamente ante nuestra presencia justo después de haberse alejado. ¡Era como si quisiesen volver a saludarnos!

Ciertamente, la primera vez me dio igual no hacer la foto porque disfruté con mis sentidos el tener a este enorme pájaro tan cerca (con sus alas abiertas puede llegar hasta los tres metros), pero en esta segunda ocasión me dije: ahora sí que los inmortalizo para mi blog, y para poder compartirlo con todos ustedes:







Mágico, amig@s, fueron momentos mágicos.


Al poco tiempo de haber pasado tanta emoción, iniciamos el descenso por otra vertiente del cerro. Las vistas seguían maravillándonos.





Esta bellísima caminata incluía también la visita a pequeñas cuevas forjadas en las rocas a través de miles de años, y cuya belleza radica en la vegetación constante que se forma a su entrada propiciada por el flujo constante de agua que procede el interior de la misma piedra, de las entrañas de la Madre Tierra...





Realmente fue un día inolvidable a sumar a los lugares extraordinarios que he visitado a nivel naturaleza en este SueÑo ReaL.

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En Córdoba, como en todas las grandes ciudades, el turismo que alguien como yo puede realizar es imposble que quede exclusivamente destinado a la visita de monumentos, parques o plazas, o a visitar la salvaje naturaleza que pueda existir a las afueras; es decir, no todo es disfrutable durante el día. Y como me encanta la noche, la joda tampoco faltó en esta ciudad. El día en que, sin duda, mejor lo pasé, fue cuando fuimos a "Tsunami", un centro social donde se imparten todo tipo de talleres y donde también hacen fiestas de música gitana del este de Europa, al estilo que popularizó Kusturica, algún fin de semana. Entre fernet y fernet, la auténtica bebida alcohólica, aunque de origen medicinal, que consumen masivamente los cordobeses, no paré de reir y bailar en esta pedazo de fiesta. Gracias por llevarme, mis niñ@s. La pasamos bárbaro -aunque perdiese mi gorra-...


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Aunque en otra ocasión el Fabri también me sacó en auto de la ciudad para conocer otra parte de esta mítica sierra que aún desconocía -si bien es cierto que la posterior visita a la fábrica de alfajores casi la supera-,


había algo que hacer en la ciudad antes de mi partida, y era visitar a los padres de Dieguito. A ellos tuve la suerte de conocerles también hace unos años en Barcelona. Con lo buena gente que son uno no acaba de entender cómo les salió un hijo tan macarra que incluso prefirió marchar de Córdoba dos semanas antes de mi llegada porque después de varios meses no aguantaba más. Supongo que son desviaciones evolutivas mezcladas con influencias sociales ajenas al lecho familiar...

En cualquier caso, y bromas aparte, cuando los conocí me pareció un matrimonio entrañable, cargado de demasiada buena onda y risas constantes. El parecido de Diego con su padre es algo tan asombroso como las buenas sensaciones que no solo dejaron en mí, sino en todos los que los conocimos.

Tal es el grado de simpatía que les agarré, que posibilité a mi viejo, cuando estuvo por acá, que se pusieran en contacto para tomar algo, como así hicieron. Mi visita a la casa se hizo esperar, pero tuve el placer de volver a encontrarme con ellos y conocer a su hija y sus dos nietos (el de la derecha no es ningún nieto, ni siquiera familiar, pero quería salir en la foto):



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Otra de las visitas imprescindibles que debía hacer en las cercanías de Córdoba era la visita a Alta Gracia. En esta pequeña villa uno de los ídolos y referentes de los que alguna vez nos preocupamos por la justicia en el mundo, o la lucha contra el hambre o la explotación de los pobres, pasó doce años de su infancia. Aunque la familia de Ernesto Guevara cambió varias veces de hogar durante su estancia en este apacible lugar, caracterizado por el buen clima y aire limpio que reducía bastante los ataques de asma del pequeño Ernestito, hay una casa en particular donde pasaron muchos años. Hoy está reconvertida en museo y homenaje a la figura del Ché:


A pesar de que tuve la oportunidad de estar en el inmenso monumento que honra su memoria y sus restos en Santa Clara, Cuba, hace unos años, la emoción que sentí en este lugar por la admiración de su figura fue inmensamente mayor de lo que experimenté en la isla. Acá está todo estructurado con gran respeto y devoción hacia lo que fue su vida, solo que desde su infancia. Lo que transmiten es que, a través de la comprensión del propio aprendizaje de Ernestito, el visitante vaya deduciendo los pasos que este normal humano dio para llegar a convertirse en mito.



Desde sus notas escolares hasta pequeñas cartas desde la más tierna edad, uno va asimilando habitación a habitación, y con mayor emoción incluso que la biografía de setecientas páginas que hace años leí, quien fue el Ché.



El hecho de ir viendo esas fotos mientras pisaba el suelo de la que fue su casa, unido a la carga emotiva que predomina en la exposición del museo, me iban conmoviendo un poco más a cada paso.

Incluso hay una réplica de la moto con la que marchó de viaje junto a su amigo Alberto Granados. Ese viaje marcó definitivamente al joven Ernesto para terminar de tomar conciencia con lo que realmente estaba pasando en un continente asediado por las dictaduras y la explotación de los pobres. Fue en ese viaje donde la indignación por la perpetua miseria que observó cambió el destino de su vida.


En esa búsqueda constante, Ernesto Guevara llegó a México, donde conoció a Fidel y armaron la revolución contra la dictadura de Batista. Fue ahí donde Ernesto se convirtió en el Ché, y donde se forjó su memoria imborrable.

En el museo no solo exaltan su visión de compromiso con la injusticia mundial, sino que también, entre testimonios de amigos de la época, también tratan de transmitir esa otra faceta de él a veces ignorada: el Ché como padre:





s tan grande su legado, no solo de palabra, sino de acción, que en esa visita al museo uno no sabe si simplemente quedar maravillado ante lo que representa esta figura o cambiar radicalmente de forma de vivir y empezar a hacer algo de verdad.



Ciertamente, en una sociedad donde los valores como la solidaridad, la empatía, el acercarse a los desfavorecidos, y que quizás son los valores realmentes importantes en tanto que seres humanos se están quedando en un plano totalmente muerto, inerte, ante la avalancha de consumo y codicia, releer al Ché, acercarte a él, inyectarte su sompromiso, se hace cada vez más necesario.



Todos fuimos niños ingenuos, unos con más suerte que otros. Unos con columpio en el jardín y rechazando la comida que no les agradaba al paladar, y otros entre planchas de metal para construir su casa y sin pan que llevarse a la boca. El Ché tuvo la suerte de ser de los primeros, pero su vida cambió cuando descubrió la injusticia de cómo viven los segundos.

Sin evitar nunca que aflore las veces que quiera ese niño que llevamos dentro,



no nos olvidemos de que en la inmensa mayoría del planeta habrán otros tantos niños que serían más felices si nosotros, los afortunados, tuviéramos esa fe ciega en la justicia, esa pretensión constante de erradicar el hambre, esa lucha constante que Ernestito, el Ché, tenía:



Este mundo necesita más gente como él.

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Y así se fueron agotando mis días en Córdoba. Ya en la última noche se repitió lo mismo que en la primera. ¡Habían quedado tod@s los chic@s para despedirme! En esa cena, Carol y Carina me tenían un regalito preparado que me emocionó mucho. Tal y como avancé más arriba, el día de la fiesta gitana, y en uno de mis múltiples despistes motivados por lo etílico de la noche, salí de "Tsumani" sin mi gorra. Dos minutos depués, cuando volví a buscarla, había desaparecido misteriosamente. Da igual, era solo una gorra. Lo que no imaginaba es que estas dos niñas preciosas me iban a hacer un regalo reponiendo lo perdido para imposibilitar que me fuera de Córdoba con cualquier tipo de mal recuerdo. Mis niñas, a tod@s en general: me trataron demasiado bien, chic@s (sobra decir lo que sucedió cuando pretendí pagar mi parte de la cena, ¿verdad?). Ahora sé prefectamente porqué dicen que en Córdoba es donde está la mejor gente de Argentina. Y si me equivoco es que tienen un chamuyo re-bárbaro, pero creo que no. Creo que son un grupo de gente muy especial que me hizo sentir muy bien y muy cómodo. Ya les dije que es muy fácil quererles, chic@s. Muchas, muchísimas gracias por la amistad.


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Y a tí, Moni, gracias es poco, mi niña. Eres una personita muy muy especial que tiene de todo para sentirse bien aunque a veces prefiera un poco de auto-tortura evitable. Espero que Alexander Supertramp y "el ojo que todo lo ve" te ayuden en ese proceso de autoconocimiento que todos pretendemos y solo algunos encuentran.

Gracias mil por hospedarme en tu casa y gracias mil por tu linda compañía. Gracias por dejar que yo también te contase "mis historias" y gracias por abrirte y darme esa confianza que te permitió hacer lo propio conmigo.

Eres un sol, Moni.



P.D.: recuerda que se imitar perfectamente el acento cordoooooooooooooooooooooooooobé.

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Tan solo seis horitas después llegaría a Rosario, donde la familia de una de las amigas a las que más quiero me estaba esperando desde hacía más de un mes: la familia de Agustina...