Como Conti, psicopedagoga entregada a su labor, entre semana andaba muy liada con la pega (trabajo), las noches comprendidas entre lunes y viernes fue Lore quién me sacó a "pasear" por los bares de la ciudad, presentándome, además, a muchos otros amigos que ya se convirtieron en los míos.
Fue así como, un lunes improvisado, terminé con una tremenda borrachera tras una larga noche de copete (beber alcohol). Recuerdo que los amigos de Lore no se creían que, después de dos días en Santiago (atención al tiempo transcurrido: dos días) aún no había probado el pisco. Esta bebida, al parecer originaria de Perú pero muy extendida en Chile, es la base de las borracheras de la juventud chilena, y de los no tan jóvenes. Básicamente consiste en una especie de aguardiente destilada a partir de la uva, y se puede beber con Coca-Cola o gaseosa (refresco) de limón.
Los hay de distintas calidades, y en función de ella te puede dar una caña (resaca) terrible o sobrellevarlo con dignidad al día siguiente.
Menos mal que Lore tuvo tiempo entre el nerviosismo de los preparativos nupciales y me enseñó algo del Santiago nocturno. ¡Gracias, mi niña!
Otra de las cosas que hice fue acompañar a esta loquita de la vida a hacerse un tatoo para tapar otro de un delfín flaite (hortera, de mal gusto) que llevaba en su espalda desde la adolescencia. Aguantó como una campeona y quedó bien bonito.
Otra de las invitaciones que esta niña me brindó fue la de conocer a toda su familia, reunidos en casa de su tía en el Día de la Madre. Abuelos, tíos, primos, padres y hermanos se juntaban en un número sin fin brindándome un caluroso recibimiento y haciéndome mil preguntas sobre España y Barcelona. La verdad es que son una familia genial y nunca me sentí incómodo a pesar de ser un intruso en un día en donde los que no pertenecen a la familia no cuadran mucho en la escena.
De tu familia también me llevo un lindísimo recuerdo, niña.
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Otra de las sorpresas que me deparó Santiago fue la visita, casi repentina, del purranquino Taranta. En su aburrimiento de pueblo hay ocasiones en que trata de huir de esa monotonía escapando hacia Santiago, y como algunos de los amigos que poseemos en común desde hace tantos años nos estábamos volviéndo a ver, no quiso desaprovechar la oportunidad y se juntó con nosotros para compartir un largo, e inolvidable, fin de semana. ¡Que bueno fue volver a verte, Taranta!
Cuando por fin llegó el viernes, Conti quedó libre de la pega y pudimos marchar a la costa, a Valparaíso, ciudad que antaño tuvo el puerto más importante de toda América.
Ver Santiago de Chile - Valparaíso - Viña del Mar (Ida y vuelta 260km -Total 17.820km) en un mapa más grande
Allí no solo me esperaba, por primera vez en mi vida, la visión del inmenso Océano Pacífico, sino que también, y con gran impaciencia, nuestra amiga Isa, otra chilena retornada de Barcelona, aguardaba nuestra llegada (retrasada una y otra vez por culpa de quien escribe) para plasmar entre todos otro lindísimo reencuentro. Su nuevo novio también nos recibió como si fuésemos amigos de hace tiempo.
Servidor, Lore, Taranta, Conti, Isa, y su novio.
La noche del viernes fue tan intensa que desapareció sin darnos cuenta hasta que la luz del día "apagó" la oscuridad. Poco nos importó, y hasta bien entrada la mañana las mil conversaciones se mezclaron con otros tantos bailes en casa de Isa. Creo que no hay ninguno que no pueda afirmar que fue una noche, con su prolongación, simplemente memorable.
Mi hermana me dijo que tenía muchas ganas de ver fotos de Valparaíso ya que una amiga de ella nació aquí. Andrea, ya ves lo lindo que es este lugar, a pesar del puerto y la contaminación...:
Enclavada en las orillas del Pacífico, y precedida de múltiples cerros (según cuentan hay hasta cuarenta y uno), Valparaíso es una de las ciudades más históricas y peculiares de toda le geografía chilena.
En mi mochila me llevo un fin de semana tan divertido como emocionante ante tantos recuerdos y anécdotas que tod@s volvimos a compartir y rememorar tras aquellos años que coincidimos en esa ciudad que llevo clavada a mí a través de esos grandísimos momentos, Barcelona.
Antes de volver a Santiago visitamos Viña del Mar, otra ciudad, ésta mucho más moderna, a tan solo cinco kilómetros de Valpo (Valparaíso). Aquí nació Conti y pasó buena parte de su infancia, por lo que la visita era obligatoria. Nunca estuve tan cerca de este océano, aunque el frescor del clima prolongó, hasta nuevo aviso, mi primer chapuzón en estas aguas.
Tanto Viña del Mar como Valparaíso son los destinos elegidos por la inmensa mayoría de los chilenos que en verano pueden tener vacaciones desconectando del lugar donde viven. Los que optan principalmente por la costa pueblan estas dos ciudades en los meses de enero y febrero multiplicando brutalmente su población. Es la historia del Mar del Plata argentino pero en versión chilena.
Hasta allí me fui con la Conti a ver el partido. Llegamos como quince minutos antes y ya la afición no paraba de cantar. Si ya estaban así no me quería imaginar la explosión de júbilo que iba a suponer la salida de los jugadores al césped. En una ocasión como ésta no iba a desaprovechar la opción de "video" de mi cámara:
Realmente estaba sintiendo una gran emoción al sorprenderme por la pasión desbordada con que tantas miles de personas no dejaban, ni por un segundo, de animar a su equipo. Ya sabía, por la televisión, la intensidad con que las hinchadas de acá viven cada encuentro, pero comprobarlo estaba siendo toda una experiencia.
Uno de los momentos en donde literalmente se me puso la piel de gallina fue cuando los peruanos marcaron el gol que igualaba la eliminatoria. Solo segundos después la afición comenzó a entonar un nuevo cántico en donde se les transmitía a los jugadores, a grito pelado, que aunque pierda o gane ellos nunca les van a fallar. Me imaginé lo que significaría para los deportistas que estaban en el campo lo que tiene que ser, lo que se tiene que sentir, cuando miles de personas te están proclamando esa fidelidad a pesar de la momentánea derrota. Seguro que a ellos también se les tendrá que poner la piel de gallina...
Para un turista imparcial como yo, este partido fue simplemente inmejorable: goles, tensión, ánimos y cánticos constantes, polémica como nunca antes ví en mi vida, ni siquiera por la tele en algún partido en directo... Fue una eliminatoria intensísima, con todo lo que se le puede pedir al fútbol, y donde además ganó el equipo de casa con quien obviamente empatizaba. Definitivamente me lo pasé muy bien.
Tras semejante experiencia, solo añadir que ya no soy imparcial: ¡¡¡VAMOS LA U!!!
En Santiago también tuve la oportunidad de gozar con otra de mis pasiones: el rock en vivo, aunque en este caso, más que rock el concierto al que acudí era puro heavy metal épico representado en uno de los grupos que más me gustan de este estilo y que llevan dando caña desde los ochenta: Manowar.
Hace un año ya los vi, por primera vez en mi vida, en Zaragoza. En aquellas fechas no me podía imaginar, ni por asomo, que justo once meses después los iba a volver a ver en Santiago de Chile.
Aquí, en Santiago, también tuve la suerte de conocer al Chino, el novio de la Conti, un amante del rock de verdad. Aunque a él no le apasione el heavy, aprovechó que su tío trabaja en el Teatro Caupolicán, donde se celebró el concierto para acompañarme al poder entrar él gratis. En la entrada encontramos a un amigo que es componente de su banda de rock chilena, los Devil Presley, y yo también conseguí mi entrada bastante rebajada respecto precio inicial.
Una vez dentro, la emoción por volver a ver a estos maestros del heavy se apoderó de mí:
Aunque, sinceramente, el concierto en Zaragoza estuvo bastante mejor que éste, la verdad es que disfruté mucho. Hubiera sido perfecto si hubieran tocado más clásicos y si el cantante no hubiese tenido el pedo que llevaba y que le hizo hasta equivocarse el algún tema provocando la risa general:
- Oh my God! This is not the correct song!-, decía mientras pedía a la banda que volvieran a empezar...
La apoteosis surgió, sin duda, cuando en los bises tocaron uno de mis temas favoritos, Warrior of the World United:
Otro momento más a sumar en la constante diversión que ha supuesto para mí estas semanas en Santiago. ¡Gracias mil por acompañarme, Chino!
Los días se iban sucediendo y la diversión en múltpiles formas estaban convirtiendo mi visita a Santiago en inolvidable.
Como mencioné más arriba, Lorena estaba encargándose de organizar la inminente boda de su hermana. Antes de que ésta se celebrase, cayó en Santiago su pololo (novio). Walter, italiano afincado en Barcelona, llegó a la ciudad y enseguida encontramos mil puntos en común a todos los niveles y congeniamos muy rápidamente.
El día de la despedida de soltera de Carola, la novia que unos días después iba a dejar de serlo, Walter y yo salimos juntos a copetear. Mientras las chicas saciaban la locura que se puede producir entre amigas en un día tan especial, con todos los requisitos cargados de líbido que la ocasión requiere, Walter y yo dábamos buena cuenta del pisco que ofrecían en los llenísimos bares del barrio de Bella Vista, donde juventud y ambiente alternativo se mezclan en las noches de los fines de semana santiaguinos.
Aunque la suma de alteradores ayudó, lo cierto es que parecía como si nos conociésemos hacía tiempo cuando en verdad solo nos vimos un par de veces en Barcelona. Desde ese día Walter y yo creo que nos convertimos en buenos amigos. Estaba siendo una noche cargada de buenas vibraciones.
Unas horas después nos juntamos con las chicas para ir a bailar a una disco, aunque en verdad cuando mejor lo pasé fue al final de la noche al reunirnos todos en casa de alguien que me resulta imposible recordar quien fue...
Y así, cuando ya solo faltaba un día para despedirme de los chicos para continuar mi ruta hacia Mendoza, fuimos a comer a un restaurante muy típico de Santiago: El Hoyo. Allí nos reunimos Walter, Lore, su padre, la madre del novio de la cercana unión y el pololo de ésta. La comida estuve simplemente magistral, riquísima, aunque lo mejor iba a venir después.
Una de las cosas que me faltaban por probar en Chile era el terremoto, una bebida en donde se mezcla una especie de vino blanquecino con jugo de piña, solo que éste se sirve en una bola de helado que se va derritiendo sobre el vino dentro de la jarra donde se sirve. Desciende hacia el estómago con un sabor delicioso, lo que provoca un tremendo engaño ya que lo que corre por las venas nada tiene que ver con el sentido del gusto: en verdad se está ingiriendo una enorme cantidad de alcohol. El problema es que a la sangre no la engaña nadie...
Si se repite pidiendo una nueva jarra, ya no se llama terremoto: su nombre pasa a ser réplica. Hay que ver el humor negro de los chilenos para usar palabras que son sinónimos de tragedia para designar la ingesta de un copete. Tras siete horas sentados a la mesa en donde las idas al baño eran lo único que interrumpían la continua toma de alcohol, tres réplicas de litro sellaron una de las mayores borracheras que agarré en los últimos años.
La anécdota de verdad vino cuando, a mitad de tarde y ya bastante alegres por lo obvio del momento, Lore dijo en voz alta:
- ¿Y por qué no te quedái a la boda de mi hermana, po?
Yo, seguro de que la última persona que "debía" estar en esa celebración era el turista pasajero que mi figura representaba, espeté con sorna e igualmente en voz alta, hacia todos los comensales, y para convertir mi respuesta en irónica broma:
- Porque nadie me ha invitado...
En ese momento, el padre de Lore me miró fijamente y, mientras me señalaba con el dedo y cambiaba su sonrisa en un rostro totalmente serio y convincente, dijo:
- Hugo, quedai formalmente invitado a la boda de mi hija.
Ese hombre mide casi uno-noventa. Era como si Vito Corleone me estuviese apuntando con una pistola para hacer imposible cualquier pretensión de dar una respuesta negativa al ofrecimiento. Y todos sabemos lo importante que es para el Padrino la boda de su hija.
Yo, cada vez más pequeño, miré hacia la madre del novio, momento que ella aprovechó para afirmar:
- Y si no vení vai a quedar mal conmigo, po hueón.
Solo pude decir alargando muchísimo la "o":
- Noooooooo...
Lore me sonreía mientras con su rostro me expresaba:
-Ahora no te podei negar, Huguito.
Ante tal situación no me quedó opción:
- Vale, vale. Voy a Mendoza mañana pero saco un billete de ida y vuelta para venir a la boda.
Las risas de todos los que compartíamos mesa sentenciaron mi aceptación.
Ocho días después estaba de vuelta en Santiago para acudir a esta boda.
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El compañero de piso de Conti, Víctor, se apiadó de mi ausencia de cualquier tipo de vestimenta para estas ocasiones (nunca en mi vida tuve traje y mucho menos corbata). Nuestras idénticas tallas posibilitaron que incluso encajara perfecto en su chaqueta y camisa. Afortunadamente en la boda no se exigía etiqueta, así que pasé de la corbata y usé mis propios vaqueros. A mucha gente que me conoce le hubiera provocado muchísimas risas verme de esa guisa.
La celebración de la boda fue genial, lo pasé demasiado bien entre las ciento cincuenta personas que fueron invitadas, y aunque a principios de la noche apenas conocía a nadie, cuando ésta finalizó era uno más entre todos.
Felipe, pocas horas después de firmar su sentencia, junto a mí.
Con Carola, la más feliz de la noche.
Y aquí me tienen, ya pueden reirse.
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A todos los que compartieron momentos conmigo en Santiago, incluyendo a German, otro chileno retornado de Barcelona y con quien también compartí otro día (y noche) de miércoles más que etílica, muchísimas gracias por haberme tratado tan bien y haber posibilitado que en mi recuerdo de Santiago solo aparezcan sonrisas.
Sobre todo, muchísimas gracias a tí, Conti. Me encantó estar en tu casa y que me hicieses el pedazo de favor de aguantarme tantos días. Sabes que te debo una, miniña.
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¡ME ENCANTA SANTIAGO DE CHILE!