domingo, 3 de octubre de 2010

De San Pedro de Atacama hacia el Salar de Uyuni. Agosto 2010.


Ver Salta, Argentina - San Pedro de Atacama, Chile - Salar de Uyuni, Bolivia 880 km (Total 25.950 km) en un mapa más grande

Y fue así como por fin los días en Argentina -más bien los meses-, tocaron a su fin. En mi siguiente ruta decidí que, antes de entrar en Bolivia, había que acudir a uno de los lugares del norte chileno donde mayor belleza paisajística existe: San Pedro de Atacama.
Como su pripio nombre indica, se halla en medio del desierto de Atacama, en la precordillera chilena, y su aridez unida al color rojizo de sus montañas le confieren una belleza única.

De las muchas actividades y visitas que se pueden realizar (salares, pampas, volcanes, lagunas, adentrarse en el mismo desierto) opté por solo una, la visita a los Geyseres El Tatio.


Este campo geotérmico se halla a 90km del pueblo, por lo que hay que levantarse a las ¡cuatro de la mañana! para llegar allí al amanecer, que es cuando las temperaturas del exterior son más frías y la reacción que provoca la salida del vapor de agua a la superficie hace que el impacto visual sea mayor, llegando su chorro en ocasiones a superar los 10m de altura.


El agua sube del interior de la tierra en un efecto provocado por la evaporización de la misma cuando un río gélido entra en contacto con roca caliente ubicada bajo la superficie que pisamos. Su temperatura puede llegar a los 85ºC, mientras que la temperatura fuera era -2ºC. Ese contraste térmico es el que explica la transformación de vapor de agua en líquido cuando sale, disparada, a la superficie.


A poca distancia de allí hay un lugar que permite al visitante tener una de esas sensaciones que no se olvidan fácilmente. Una terma de agua cuya temperatura ronda los 35ºC pide a gritos ser probada por aquellos que decidan incorporar un poco de valentía al asunto.


Cuando uno se quita la ropa a -2º -o a -10º de sensación térmica, como se quiera, hacía un frío para morirse igual-, no se puede dejar de tiritar. Se hace imposible controlar el continuo "clac clac" de los dientes, se pregunta "que coño se está haciendo", pero todo ello sin perder la sonrisa y clamar contra todos aquellos que no se atrevieron a pasar la experiencia.


Sin embargo, cuando se entra en el agua solo se puede decir:

- ¡Esto es de puta madre!, ¡de putísima madre! ¡Entren, tontos! ¡Entren! ¡Se lo están perdiendo!

La verdad es que es una sensación única. Notar como tu cuerpo se calienta tras haber tratado de soportar con algo de dignidad el tremendo frío sufrido al desnudarse, produce un placer al que no pueden aspirar los mejores spas. Sin embargo, y esto también hay que decirlo, lo peor de todo es salir y vestirse de nuevo. En esos minutos que tardas en volver a abrigarte se llega prácticamemte a la insensibilidad total de las extremidades ante el tremendo frío que inunda todos y cada uno de los poros de la piel.

En cualquier caso, es una experiencia genial de la que nunca uno se podrá arrepentir.

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Siguiendo con la ruta que nos habían planificado en la agencia donde se contrata el tour, ya con la plena luz del día nos adentramos en el desierto avistando la fauna típica de lugar. Las vicuñas son un claro ejemplo:


Nos detuvimos en hermosos arroyos.


Disfrutamos de la tranquilidad de pequeño pueblos, casi de juguete, para entre otras cosas probar la carne de llama.


Fue, en suma, un tour bien divertido y otra fase más en este constante aprendizaje que es vivir desde dentro los inceíbles lugares de la América profunda..


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Ya a la mañana siguiente, y tas muchos meses de viaje, por fin entré a Bolivia, uno de los destinos que más ansias tenía por conocer.

El paso desde Chile se encuentra a una altura cercana a los 4000m, y de ahí hasta el siguiente destino nos quedaban tres días en jeep junto a ingleses, irlandeses, alemanes, austriacos o vascos con los que compartí el viaje.


En el trayecto, único en paisajes, atravesaríamos el Desierto de Siloli deteniéndonos en varias lagunas cuya agua, supuestamente, tendría en cada una de ellas distintas colores como consecuencia del contacto con los minerales que se hallan en esta altitud.

La suposición mencionada arriba encuentra aquí su explicación: nos fue totalmente imposible encontrar el verde en la Laguna Verde,


y tras detenernos un tiempo en otras termas -aquí no repetí experiencia-,


y más tarde en otros geyseres,

tampoco vimos el rojo en la Laguna Roja.


El motivo no es otro que las bajísimas temperaturas que nos rodeaban. Los no se ni cuántos grados bajo cero habían helado durante las horas nocturnas la totalidad de las lagunas, de tal forma que lo único visible era una blanca capa de hielo.

Pese a ello, la belleza de este desierto no nos permitió en ningún momento dejar de sorprendernos ante la espectacularidad del paisaje que nos rodeaba.


Y sí, como se observa en las fotos, la posible desazón por no apreciar el color verdoso o rojizo del agua fue reducida a la nada tras comprobar que esas lagunas se encontraba llenas de incontables pelícanos. Era la primera vez en mi vida que los veía en estado salvaje (en un pequeño zoo de Tenerife, el Loro Parque, creo que de pequeño vi alguno), y el espectáculo es fascinante.


Uno tiene la sensación de estar en medio de un documental sobre animales, viviendo lo que sus creadores viven para realizar este tipo de programas sobre la naturaleza. Solo puedo decir que es hermoso, muy hermoso.


Nuestro camino seguía. Pasamos por puntos donde llegamos a los 5.200m de altura -eso sí, sin bajarnos del jeep-, y sin que quien escribe sufriera ningún tipo de consecuencia por ello.

Dormimos en un refugio ubicado a unos 4.800m en donde si que noté algo el mal de altura -o como dicen en Argentina, el estar apunado, o también más al norte, el soroche-. Para poder descansar, con tres mantas y el saco de dormir incluído bajo ellas al comprobar esa noche que nunca en la vida había sentido tanto frío (unos -15ºC), comprendí que la única posición en la que podía dormir era boca arriba mirando al techo. Si me ponía de lado se me revolvían todas las tripas, y boca abajo mejor ni intentarlo. Fue ésta la única molestia que he tenido en todo el viaje por estar a una altura a la nunca imaginé llegar. Me habían dicho que no tendría tantas ganas de fumar: falso. Me habían asegurado que no podría dormir: falso. Me afirmaron que me cansaría antes haciendo cualquier esfuerzo: no habían probado la hoja de coca...

Antes de continuar el relato quiero hacer una mención al espectáculo que pude obervar a -15ºC en la plena oscuridad nocturna del desierto poco antes de ir a descansar. Cuando muchos de los participantes en el tour ya se habían retirado a tratar de dormir -muchos de ellos no pudieron, eso sí-, y tras jugar un par de partidas al ajedrez matando el tiempo -y siendo matado yo-, decidí abrigarme todo lo que pude y salir afuera a fumar y a observar el cielo. Esa noche no había luna, y si la había ya se había escondido. Nada más salir, caminé unos 10m y miré arriba. Total sorpresa. Fascinación. Perplejidad. Nunca antes, en toda mi vida, ni en los Parques Nacionales de Canarias como el de Tenerife o La Palma -donde hay observatorios astrofísicos reconocidos internacionalmente-, ni en los Pirineos, ni en las laderas indias del Himalaya, ni en ningún lugar de los que visité en mi vida, pude ver lo que esa noche ví.

La inmensísima cantidad de luces de todos los tipos me sobrecogió. Centenares, miles de puntitos brillantes convertían el cielo en un espectáculo impresionante. Decenas de constelaciones abarcaban toda la visión con su constante y alargado destello, supernovas irradiando luz evocando la vida de una estrella que dejó de existir hace tal vez millones de años, y hoy llegaba a la esfera terrestre con una nitidez solo visible desde puntos como éste. Fueron solo cinco minutos los que el frío me permitió permanecer allí, pero ese escaso tiempo ha provocado una imagen en mi recuerdo que no olvidaré. El estar tan cerca de las capas terrestres que nos protegen del vacío estelar, de la ingravidez y ausencia de oxígeno del universo, de la presión que nos destruiría sin esa protección, hizo posible divisar uno de los espectáculos de luces naturales en el espacio que ojalá todo el mundo tenga algún día la oportunidad de apreciarlo.

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Al día siguiente continuamos la ruta por el Desierto de Siloli junto a nuestro amabilísimo chófer Bernabé. Las paradas obligadas fueron, lógicamente, los puntos con mayor belleza.









Fue así como nos vimos en la necesidad de detenernos a observar un conjunto de formaciones rocosas erigidas en medio del altiplano en donde se asienta el desierto,


y que asu vez rodean a otra que da nombre al lugar,

el Árbol de Piedra:


Atravesando este inmenso altiplano del sur de Bolivia nos dirigíamos a nuestra siguiente parada, el Salar de Uyuni. Sin embargo, antes de llegar a nuestro destino pudimos deleitarnos con la vista de zorros salvajes o demás aves imposibles de captar con mi humilde cámara.


Al detenernos en la última laguna que tocaba visitar, volvimos a encontrarnos con los flamencos que en esta época del año moran por estos lares para descansar un tiempo de su constante viaje por el mundo, de sur a norte o de norte a sur, a la búsqueda de los climas y alimentos que les permitan mantener a su especie participando de la historia de la naturaleza.



Como se podrá apreciar en los siguientes vídeos y fotos, la única diferencia respecto a la laguna visitada el día anterior fue que aquí los flamencos se podían contar por...¡miles!



















Una vez visitada esta última laguna junto a sus pasajeros y coloridos moradores, llegamos, casi al anochecer, al Salar de Uyuni, el más grande del mundo...

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