Ver Buenos Aires - Mar del Plata - 400km en un mapa ampliado
Dejando atrás Buenos Aires agarré un tren rumbo a Mar del Plata. Tras cinco horas de paisajes en donde las extensas llanuras de La Pampa hacían inabarcable la línea del horizonte, llegué a mi destino.
Allí, en la estación de tren, ya me esperaban Juan y Vale. Nuestros rostros expresaban una perfecta combinación de sonrisas y perpejlidad. Siendo perfectamente conscientes de la inminencia del encuentro, me parecía surreal verles allí, en Argentina, en la tierra de Juan, en Mar del Plata. La enorme energía de Valentina, su eterna sonrisa y el deseo por vernos, la hizo adelantar unos pasos para ser ella quien primero me abrazase entre carcajadas, dejando a Juan, siempre más sereno, para el segundo lugar. Vaya abrazos más efusivos que nos dimos, y es que la situación lo requería.
Si en mi primera parada tuve la suerte de hospedarme donde lo hice, en Mar del Plata se re-colmaron las expectativas. La casa donde Juan y su familia vivió tantos años fue ampliada hace un tiempo para ser lo que es hoy. Un semi-chalet de dos pisos con un jardín enorme. En España esto sería un pedazo de lujo al alcance de unos pocos, pero aquí, a base de sudor, esta familia consiguió levantar su hogar tras años de construcción.
Ahora allí vive el hermano de Juan, Marcos, junto a su novia Poti. A la visita de Juan también se unió Rita, su madre, que desde Miami voló al encuentro de su tierra, de su casa, y de sus hijos. Desde la lejanía en que nos hallábamos Vale y yo respecto a su situación familiar, pude observar lo que sucede en otras tantas familias tras largas ausencias de convivencia. Entre calentones y peleas, y entre reconciliaciones inevitables, la familia volvió a encontrarse a si misma y a la necesidad que tienen los unos de los otros. Que difícil es a veces acercarnos a los que más queremos, y qué fácil se presenta cuando dejamos atrás los evitables problemas que nos permiten hacerlo.
Sin embargo, el agradecimiento aquí también es total y sincero. A pesar de ocupar el salón con mis ronquidos en mis largos sueños diurnos, nunca sentí que fuese una molestia. Aquí, como en Buenos Aires, me acogieron con todo el cariño incluso a pesar de que Rita trataba de hincharme las pelotas con insistencia. La verdad es que nos reimos muchísimo. Finalmente a esto último se puede reducir casi todo...
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Mar del Plata. Esta región costera plagada de extensas playas vivió un auge importantísimo cuando, con la consolidación del peronismo, los argentinos en general y los porteños en particular pudieron por vez primera disfrutar de cuatro semanas de vacaciones al año. Al tiempo que surgía esta merecida opción de descanso también se incentivaba Mar del Plata como destino ideal para satisfacer la necesidad de relax costero tras un año de laburo.
En la Argentina de aquella época, la figura de Evita invadía todas las esferas sociales exaltando su figura hasta límites inimaginables. En mi primera parada porteña pude comprender y observar directamente estos límites gracias a la madre de Douglas, profesora infantil desde hace mucho tiempo y bibliotecaria por devoción. Centenares de libros perfectamente clasificados se ordenan en su vasta biblioteca de la fábrica, justo en una habitación contigua a otra biblioteca, ésta infantil, donde el colorido y los juguetes terminan de decorar la estancia. Con ella pude leer libros de la década de los cincuenta, ilustrados y destinados a la más tierna infancia y en donde, rayando la irracionalidad, se comparaba el valor de la familia, la importancia de la cercanía de papá y mamá, con la importancia de que el orden y el reparto lo mantuviese Eva Perón. Los poemas que se elaboraban para los nuevos aprendices lectores parecen, en verdad, un adoctrinamiento sobre la necesidad del peronismo encarnada en la misma Eva, la omnipresente Evita. Se podría decir que su figura también penetraba en las casas a través de la imaginación de los niños.
En la Argentina de aquella época, la figura de Evita invadía todas las esferas sociales exaltando su figura hasta límites inimaginables. En mi primera parada porteña pude comprender y observar directamente estos límites gracias a la madre de Douglas, profesora infantil desde hace mucho tiempo y bibliotecaria por devoción. Centenares de libros perfectamente clasificados se ordenan en su vasta biblioteca de la fábrica, justo en una habitación contigua a otra biblioteca, ésta infantil, donde el colorido y los juguetes terminan de decorar la estancia. Con ella pude leer libros de la década de los cincuenta, ilustrados y destinados a la más tierna infancia y en donde, rayando la irracionalidad, se comparaba el valor de la familia, la importancia de la cercanía de papá y mamá, con la importancia de que el orden y el reparto lo mantuviese Eva Perón. Los poemas que se elaboraban para los nuevos aprendices lectores parecen, en verdad, un adoctrinamiento sobre la necesidad del peronismo encarnada en la misma Eva, la omnipresente Evita. Se podría decir que su figura también penetraba en las casas a través de la imaginación de los niños.
Volviendo a Mardel, no creo que sea una coincidencia el hecho de que su desarrollo turístico vaya a la par que el auge mundial del turismo orientado hacia el mar, en donde sol y playa se fundieron para crear este hoy gigante sector de la economía global.
Como nuevo visitante y con el mejor de los guías, Juan nos llevó a una calita alejada del cemento de la ciudad para darme el primer baño de mi vida en el mismo océano de siempre pero al otro lado del charco. Para mi sorpresa el mar no estaba tan increíblemente frío como pensaba, ¡pero es que los canarios también estamos rodeados del mismo océano!. Lo único que me causó cierta molestia es volver a usar un bañador en la playa después de tantos años... Sin ambargo, ¡la compañía era inmejorable!
Una visita al puerto y su penetrante hedor nos llevó hasta un lugar de los más curioso. Una colonia de leones o lobos marinos se halla en un costado del mismo puerto. Hace un tiempo los pescadores ponían un alambre alrededor del cuello de las crías. Su objetivo era evitar que se convirtieran en adultos, edad en la que no solo consumían, por ese curioso instinto de supervivencia animal, numerosos peces que no solo les alimentaba sino que además impedía que los trabajadores del mar lograsen más pesca de la que obtenían. Los leones/lobos no podían crecer. Al desarrollar su tamaño morían ahorcados a causa del alambre en un homicidio cruel a largo plazo. Era otra forma de evitar que con sus embestidas rompiesen el casco de las barcazas.
Entonces fue la Municipalidad, lo que en España llamamos Ayuntamiento, quien decidió otorgarles un lugar en el mismo puerto donde pudieran comer y desarrollarse sin molestar ni ser asesinados. La mezcla de animales acuáticos salvajes y la mega industria portuaria se mezclan en un paisaje que choca con todos los sentidos.
Entonces fue la Municipalidad, lo que en España llamamos Ayuntamiento, quien decidió otorgarles un lugar en el mismo puerto donde pudieran comer y desarrollarse sin molestar ni ser asesinados. La mezcla de animales acuáticos salvajes y la mega industria portuaria se mezclan en un paisaje que choca con todos los sentidos.
Con l@s chic@s hicimos un poco el payaso para variar...:
Siguiendo puerto adentro, otra visión nos dejó perplejos. Un auténtico cementerio de buques antiquísimos totalmente corroídos por el óxido, dibujan un paisaje que, acompañado del anochecer que nos comenzaba a invadir, nos sorprendió totalmente. Esos barcos semi-derruidos parecen que están a punto de pedir clemencia y una muerte digna a su inexistente propietario. Permanecen expuestos al constante deterioro y al inexorable suceder los años, alargando inútilmente una vida que hace tiempo dejó de existir y que hoy solo recuerda a un dibujo macabro de los guinostas de Mad Max, versión marítima.
Ya al final del puerto, llegamos hasta un semi-mirador donde, vista atrás, se puede observar toda la ciudad. Ahí fue donde el foco de mi cámara me volvió a sorprender con su obertura:
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Y llegó el día de mi 32 cumplaños. Tratando de superar la constante molestia de las 25 picaduras que invadían mis piernas por una misteriosa pulga nunca hallada y que creí haber portado en algún lugar de mi mochila desde Buenos Aires, decidimos que la celebración tenía que consistir en hacer un asado, como es lógico, y tal y como mandan los cánones argentos. Sin embargo el día llegó con oscuras nubes acompañadas de constante lluvia, así que el asado al aire libre lo pospusimos para otra ocasión y decidimos ir a un restaurante a comer...¡un asado!. Allí nos juntamos unos cuantos de los amigos de Juan de toda la vida, entre litros de cerveza, vino, vacíos, chinchulines, tiras de asado... Fue una rápida y divertidísima borrachera justo con quienes, la misma noche, continuamos la joda hasta que nuestros estimulantes lo permitieron.
La gran sorpresa me la improvisó Juan: justo cuando, para fumar, salía del bar donde celebraban San Patricio al más puro estilo irlandés, se preparó todo. Al volver a entrar, una camarera llevaba un helado con una velita encendida mientras el bar entero cantaba: "que los cumpla feliz, que los cumpla feliz...". Creo que me puse rojo de la vergüenza que sentí. Entre la sorpresa y la borrachera no paré de reirme mientras le reiteraba a Juan lo cabrón que era al tiempo que todo el bar me cantaba la canción hasta el final. Las risas fueron a más cuando me dijeron que en verdad pensaban que me hallaba en el baño en lugar de afuera. La camarera había ido con el "pastel de cumpleaños" en mano a esperarme a la puerta de los "caballeros" mientras el bar empezaba a entonar la canción que luego tuvieron que repetir. Todavía lo recuerdo entre carcajadas.
Gracias Fede, Mati, Juan, Vale y compañía por tanta buena onda.
Para rematar la visita, ya el último día, domingo, y con el sol protagonizando el clima celeste, nos comimos, en familia, el deseado asado.
Casi que prefiero no comentar nada y que las fotos hablen por sí solas. Riquísima la combinación de carne y Fernet. Re-argento, ¡ché!.
La semana en Mar del Plata me ha servido para conocer el lugar de origen de un gran amigo. Los altibajos de las amistades van y vienen caprichosamente, pero si existe la esencia es difícil que tal amistad desaparezca en el mundo del olvido. Te quiero, ché.
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